HUGO N EIRA
polo brasileno. Y del Peru, ade–
m6s de los metales preciosos
(mientras los hubo) pomadas y
hierbas medicinales. Obviamen–
te, era el intercambio desigual.
Desde el origen de la mundia–
lizaci6n .
Pero en el imaginario, eramos
parte de algo decisivo. La con–
ciencia que el mundo era una
esfera surcada por naves, como
esta esplendida portada de la
Geographia genera/is,
de
1671 ,
donde un hombre de apariencia
occidental conversa con otro
que lleva turbante, mientras por
el suelo se muestran cuadrantes
y rosas de los vientos, y las naves
pueblan un mar sereno. Mucho
mas tarde , en
1748,
Jorge Juan
y Antonio de Ulloa, viajeros des–
tinados a medir algunos grados
del meridiano terrestre, mientras
examinaban como estaban las
cosas en este lado del mundo,
titulan su informe, de
Relacion
historica
de/
viaje par la America
meridional.
El nombre de lo que
somos, se va precisando, «meri–
dional». En la estampa, tornado
de esa obra , el orgullo con la
que la mono de una musa enar–
bola el comp6s, otra tiene una
plomada en la mono, aquella
observa los cielos, y una cuarta
sostiene lo que a todas luces es
un tim6n de navegaci6n. Serfa
ocioso insistir que nuestros fon–
dos guardan muchos libros de
viajeros, y el piano de Lima de
Frezier, y Cook, el relato de Spil–
bergen y su paso por el estrecho
de Magallanes en
1614- 1618,
y
naturalmente, el
Atlas
de Hum–
boldt, el del marina W. Smith
por el Pachitea y el Ucayali,
y
los modernos, George Squier,
en
1877,
su
Land of the Incas.
158
Y
Radiguet, D'Orbigny, Wiener,
Tschudi.
Pero ese centro de interes
geogr6fico, suerte de identidad
indiana sorprendentemente an–
cha (decirse meridional era co–
menzar a decir que no se era es–
panol) trae consigo otro. Entre las
joyas de la Biblioteca Nacional
se hallo el
Orbis maritimi.
Y
uno
de sus autores, es nada menos
que Claude Barthelemy Morisot,
«Morisotrn> en la portada, por la
forzada latinizaci6n que es de
epoca. Escritor trances (Dijon,
1592- 1661)
escribfa exclusiva–
mente en latfn y aparece en los
anales como hombre cercano
a Richelieu, vale decir, partida–
ri6 de la afirmaci6n de la raz6n
de Estado, lo cual no dejaba de
ser temerario en epocas en que
la nobleza no entregaba f6cil–
mente sus privilegios al creciente
poder del absolutismo trances.
La obra es de
1643,
y su tftu lo
completo,
Orbis maritimi sive
rerum in mari littoribus gestarun
genera/is histori, (Divione, apud
Petrum Palliot) .
Pero resulta que
el mismo es autor de una obra,
suerte de novela, que nos con–
cierne, titulada
Peruviana .
La
informaci6n de la que dispone–
mos es que bajo ese pretexto, el
exotismo, discurre sobre las re–
laciones entre Richelieu , Marie
de Medecis y Gaston d 'Orleans.
Pero al morgen de la curiosidad
que provoca, se hallo un hecho
bibliogr6fico indiscutible: esos
Ii–
bros que nos hon legado, tenfan
no solo una importancia extrema
sino que mantenfan a las biblio–
tecas de este lado del mundo a
la par que las occidentales. Es el
mismo caso de notoriedad pu–
blica de la obra de Alvaro Alon-
J0yas de la Biblioteca