HUGO NEIRA
~EPISCOPI GE!~
RVNDSNSIS PARALI•
POMBNON HISPA•
NIAB Ll8RI D&•
CBMANTtiHAC
NON
ex.
CV66L
~l~
~APVO
INCLYTAM
CRANATAM.~
ANNO.
M. 0 .
XLV.
"""'
Sober comentor y predicor en
lo
lenguo
no–
tivo.
Bernard Lavalle senolo
que
el libro
mas
ontiguo que
se
conoce
fue
el
fobricodo en
1535 en Mexico, y coma comporoci6n, re–
cuerdo
que
lo primero imprento en las colo–
nios inglesos es de
1638
yen Brasil en
1706.
Lo
Explicaci6n del Catechismomuestro, uno
vez
mas,
lo preocupaci6n pedog6gico, en este
coso,
c6mo explicorel cotecismo en guarani.
Baja lo direcci6n, dice lo portodo, def padre
Paulo Restivo, de lo Companfo de Jesus. Lo
universal y
lo
local.
Como
en
nuestros
d{os.
144
ajenos y luego propios, les servi–
r6n para la era de las grandes
navegaciones y la dominaci6n
de otros pueblos y culturas.
El retorno de la
idea de lmperio
Cuando una parte de la eco–
nomla se mundializa, cuando
el Atl6ntico y el oceano es el
camino de escapatoria al cerco
musulm6n (en tierra, por siglos,
seguir6n invencibles) esa brus–
ca dilataci6n del mundo, hace
renacer la idea de un imperio
universal y cristiano. El imperio
de Occidente habla sido de
preferencia una aspiraci6n y
un intento germ6nico. Sombra
y remedo del pasado de Roma,
que, no hay que olvidarlo, era
el paradigma de grandeza efi–
caz de los cristianos, salidos del
desorden creative de la Edad
Media. Se ha notado, que esa
idea, un imperio europeo que
reinase en el expansive mundo,
visita la imaginaci6n no solo de
monarcas y pollticos, sino de
los artistes. El
Orlando furioso,
de Ariosto (
1474- 1533)
exalta
la necesidad de un nuevo Car–
lomagno. Y el emblema impe–
rial de Carlos V, tiene una divisa
muy explfcita,
«Austriae est im–
perare orbi universo».
Los Habs–
burgo de Madrid, ya espanoles
(Felipe II, nacer6 en Valladolid, y
a diferencia de su padre, vivir6
en tierras castellanas, y levanta-
- r6 el Escorial) guardan no solo la
idea expansionista sino un aire
de predestinaci6n. Felipe II se
coloca el tftulo de Emperador
de las Indios. Pero otros Sobe–
ranes europeos tambien aspi–
ran a senorear ya no solamente
tierras europeas diversas, sino
continentales, alejadas. Africa,
Asia, America. La Iglesia Cat6-
lica recuerda los salmos ade–
cuados en sus misales, «el Mesias
dominar6 sobre los extremes de
la tierra». Colon piensa que el
trabajo de evangelizaci6n pla–
netario se cumple con su des–
tine. No piensan otra cosa las
ordenes mendicantes. Y tras las
«Reducciones» de los jesuitas,
se alza una utopia cumplida.
Los indios guaranles son cate–
quizados mediante el trabajo
bien organizado, la repartici6n
equitativa de los bienes, y sumos
profesores los jesuitas, mediante
el arte de la danza y la musica,
en las islas de prosperidad que
son sus aldeas comunitarias del
Paraguay, hacen posible a la
vez la pr6ctica de la piedad y
la vida activa. Formidables re–
publicas a la vez teol6gicas y
socialistas, que obviamente fue–
ron despedazadas y expulsados
sus creadores. Pero que en lo
imaginario, siguen habitando
nuestros suenos y esperanzas
de otro orden social posible.
La ideologla de la unidad
universal en la fe preside esos
siglos de dominaci6n de los
Austria espanoles. Indios fue
una ilusi6n occidental, y atrajo
a por lo menos 250 mil personas
que dejaron por America, la de–
cadente Espana del siglo XVII
y XVIII. La contraparte de esa
situaci6n multinacional comer–
cial y maritime fueron primero
las epidemias que diezmaron
la originaria poblaci6n ameri–
cana, y luego, el despojo de
tierras y riquezas, el maltrato,
la explotaci6n. La irrupci6n de
europeos produjo desorden y
Joyas de la Biblioteca