esos pocos que éramos,
estábamos con ellos ahu–
yentados de los de Pizarra,
que no osábamos parar en
la ciudad. Mi tío y los demás
españoles fueron luego al
Cozco a servir a Su Majestad;
mi madre y yo y los demás
fuimos en pos dellos, y lue–
go otro día que llegamos fuí
a besar las manos al capitán
Diego Centeno de parte de
mi madre, y me acuerdo
que le vi la mano izquierda
envuelta con una banda
de tafetán negro sobre la
venda blanca de la herida,
y le hallé en pie, porque la
herida del muslo tampoco
fue peligrosa.[...] Y esto pasó pocos días después
de la fiesta del Santísimo Sacramento, año de mil
y quinientos y cuarenta y siete, y lo escribimos ori–
ginalmente cerca de los mismos días del año de
seiscientos e cinco, y por tanto digo que casi lo vi
por vista de ojos.
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