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Libro Quinto

Capítulos IX

y

X

A

ESTE TIEMPO ESTABA

en las casas que eran de Her–

nando Pizarro, que ahora son de la Santa Com–

pañía de Jesús, un hombre llamado Pedro Maldo–

nado, hombre pacífico y quieto, que no profesaba

la soldadesca ni presumía della. Estaba rezando las

Horas de Nuestra Señora, cuyo devoto era. Oyendo

el arma, metió las Horas en el seno, y con su espada

ceñida y una pica que acertó hallar a mano, salió

a la plaza, y el primero con quien topó fue Diego

Centeno, y, sin saber quién era, le dió un picazo y

le atravesó la mano izquierda, y el segundo golpe

le tiró a los muslos y le hirió en el muslo izquier-

do, y no se lo pasó porque el hierro de la

pica era un hierro antiguo, de los que

llamaban de orejas, que demás de la

punta con que hería tenía a los la–

dos dos vueltas, a semejanza de

la pintura que llaman flor de lis,

y por tener aquellos cornezue–

los a los lados no pasó el hierro

el muslo; pero al tirar que Pe–

dro Maldonado hizo de la pica

para dar otro golpe, asieron los

cornezuelos de las cuchilladas de

las calzas, que eran de terciope–

lo, y dió con Diego Centeno en

tierra. A este tiempo un paje

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