hacía cien hom–
bres; sentábase a
la cabecera della,
y a una mano y
otra, en espacio
de dos asientos,
no se asentaba
nadie. De allí ade–
lante se sentaban
a comer con él to–
dos los soldados
que querían, que
los capitanes y los
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vecinos nunca co-
mían con él, sino en sus casas. Yo comí dos veces a su
mesa, porque me lo mandó. y uno de los días fue el
día de la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora;
su hijo Don Fernando, y Don Francisco su sobrino,
hijo del Marqués, y yo con ellos, comimos en pie to–
dos tres en aquel espacio que quedaba de la mesa
sin asientos, y él nos daba de su plato lo que había–
mos de comer, y vi todo lo que he dicho, y andaba
yo en edad de nueve años, que por el mes de abri l
siguiente los cumplí, a doce dél, y vi lo que he dicho,
y
como t estigo de vista lo certifico. Los historiadores
debieron de tener relatores apasionados de odio
y
rancor, para informarles lo que escribieron.
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