Libro Quinto
Capítulo VI
F
UÉ UNA MUERTE NO
pensada por el matador ni por
el muerto, porque Alonso de Toro era yerno
de Diego González, el cual entró descuidadamen–
te en casa de Alonso de Toro, que todos posaban
juntos y le halló riñendo a grandes voces con su
mujer, que era virtuosísima, y Alonso de Toro era
soberbio, colérico y vocinglero. Y al tiempo que el
viejo entraba por una sala, y que estaba antes del
aposento de la hija, acertó a salir Alonso de Toro, y,
como le viese en aquella cuyuntura, entendiendo
que iba a volver por la hija, arremetió con el viejo,
que pasaba de sesenta y cinco años, y a grandes
voces le dijo palabras feas y torpes. Diego González,
más por defenderse que no llegase a él que no por
ofenderle, echó mano a un puñal viejo de dos ore–
jas, que traía colgado de la cinta (que también se lo
conocí), y lo puso delante de sí, como por defensa.
Alonso de Toro, viendo el atrevimiento, arremetió
con más furia al buen viejo, y llegó hasta herirse él
mismo en el puñal. Diego González, viendo que ya
no podía librar bien de aquel hecho, le dió otras tres
o cuatro heridas por la barriga, y volvió las espaldas
huyendo, porque no le quitase Alonso de Toro el
puñal y le matase con él. El herido le siguió más
de cincuenta pasos, hasta la escalera de la casa,
donde cayó y falleció. Así acabó el pobre Alonso
de Toro, que lo mató su braveza y áspera y terrible
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