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Insuperables en su género, los garcilacistas clásicos van

a ser un tanto dejados de lado. Por dos razones. La primera

es de orden político. Tiene que ver con la historia

de las ideas políticas. Desde los años sesenta, los

principios mismos de legitimidad cambiaron. Lo

segundo es de orden estrictamente historiográ-

fico, surge otra matriz de lectura del pasado, esta

vez, pasado/presente. Yvino más bien de las ciencias

sociales.

Explicar un cambio de imaginarios colectivos no es

tarea simple. Lo abordaré, no obstante, comenzando por

decir que pese a sus intenciones, los garcilacistas clásicos,

no dejaban de proponer una forma de legitimidad. Su crisis

es la de un ideal de un mestizo ideal, que quiérase o no, ha–

bita en sus obras. Por un tiempo, Garcilaso es un arquetipo

de lo nacional logrado. Ese fue el mérito y el demérito de

los garcilacistas clásicos. Por lo que siguió a su obra, fue un

uso indebido, exagerado, por lo general de repetidores y

epígonos. La simbolización del «peruano integral», permitía

que cada quien jalase la manta de su lado. En ese terreno

se puede situar el

Garcilaso, primer criollo

de Luis Alberto

Sánchez

(1943).

Y no menos, por la versión acomodaticia a

versiones utilitarias o regionalistas, el

Garcilaso lnka,

con K

de lnka, de Carlos Daniel Valcárcel. O

El Garcilaso visto desde

el ángulo indio,

de Luis E. Valcárcel

(1939).

Si los garcilacistas

clásicos pensaron que su propuesta le daba a la nación un

símbolo de sentimientos armonizados, se equivocaron. Ha–

bían empujado la esfera de las interpretaciones muy lejos

por el lado de las dos culturas, el mestizo a la vez incásico,

olvidando un par de cosas. Garcilaso no era un indio común,

tuvo los privilegios de su origen. En segundo lugar, su vida

transcurre largamente en Europa, en la España renacen–

tista. Y así, lo de «hijo de capitán español y princesa inca»,

comenzó a hartar y sonar mal en un país cada vez más dado

a la migración campo-ciudad, con revueltas campesinas,

con masas, que pese a su diversidad, comenzaron a reco–

nocerse plebeyamente chola y en nada elitarias. De ahí en

adelante, el país se iba a reconocer en sus conflictos y no en

mitos legitimadores de sincretismo. En sus diferencias. En

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