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gris que es el de la verdad». En fin, diremos que lo aleja de la
idea del poder en los Incas, sus convicciones individualistas.
Pero si bien lo ve y concibe como «un imperio despótico
y comunista», por sorprendente que nos parezca, aun sin
ignorar que fueran «despóticos, crueles, sanguinarios», y
sin creer como lo sugería Garcilaso, que no hubieran habido
en el Cusco antiguo «conjuras, vicios y desordenes», Riva
Agüero, logra «comprender» (concepto weberiano, antes de
Weber), hazaña intelectual rara en nuestras eminencias. El
incario «tuvo las virtudes y defectos propios a su constitu–
ción». Y pensar que ese hombre en sus inicios ecuánime,
también se extravía en los furores canibalescos de
la politiquería peruana.
Los otros dos grandes garcilacistas, sin duda al–
guna, son Raúl Porras Barrenechea y Aurelio Miró
Quesada. En gran parte Riva Agüero había desbrozado el
terreno. Comencemos por el primero. Porras, acaso no se
conoce esta inclinación, gustó de ser profesor de literatura
tanto como de historia. Además, si a alguna escuela se le
puede vincular es con la de Ju les Michelet, por el brío del
relato intuitivo y la voluntad de estilo. La marca del escritor
dice en uno de sus ensayos Luis Loayza . Hay que vincularlo
con Fustel de Coulanges por la ambición de una historia
racional, es decir, pegada a la lectura directa e interpreta–
tiva de las fuentes, pero razonante, capaz de descartar en
las mismas fuentes, lo cierto de lo dudoso. Por todo esto,
científico y a la vez gran estilista, las emociones del cronista
Garcilaso no le parece que lo desacrediten, al contrario. «El
inca Garcilaso de la Vega, hijo de un conquistador español
y
de una ñusta incaica, es no solo uno de los primeros mestizos
americanos, sino que es espiritualmente el primer peruano.
En él se funden las dos razas antagónicas de la conquista,
unidas ya en el abrazo fecundo del mestizaje, pero se suel–
dan además indestructiblemente, y despojadas de odios y
prejuicios, las dos culturas, hoscas y disímiles, del Tahuan–
tinsuyo pre-histórico
y
del Renacimiento español. La síntesis
original
y
airosa de este sorprendente connubio histórico
son los
Comentarios Reales.
Con ellos nace espiritualmente
el Perú. La crónica seca y notarial de la conquista, vindica-
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