científica, racional, tanto como las ciencias de la naturaleza.
En suma, positivista.
5
Ahora bien, si los textos del catedrático
Wiesse en San Marcos eran secos, austeros, «no hablaban ni a
la imaginación ni al sentimiento», entonces, comenzaremos
a comprender que, en general, la historia positivista del XIX
no solo repudió sino encontró inapropiado en grado sumo
la manera de historiar del Inca Garcilaso. En primer lugar,
sus confesiones, y en efecto, ¿qué texto de Garcilaso no es
confesional? Y en segundo lugar, esa carga de emociones,
de acentos de protesta o de nostalgia, vamos a decirlo de
una vez, de subjetividad.
Pues bien, a Riva Agüero, al revés que sus pares, eso mis–
mo lo lleva a apreciar al cronista cusqueño, precisamente
por aquello que otros ven como defecto, la emoción de la
tierra, del Cusco. Esos sentimientos no lo invalidaban. La
explicación que avanzo es sumaria, pero necesaria. Como
lo sabe la historia de las ideas en el Perú, en la sucesión de
generaciones, Riva Agüero era parte, si no del espiritualismo
que vendría inmediatamente después, sí de la generación
que llamamos del «900», como Víctor A. Belaunde, los García
Calderón, Óscar Miró Quesada. Para esos pensadores, otra
historiografía era, pues, posible. Una historia como ciencia
de la explicación, apuntando a la acción humana, pero cuya
aspiración totalizante no se opusiese a los imperativos de la
vida, al
«Leben».
Ya lo había exigido Nietzsche, en
1871.
No
.. hay que pensar, sin embargo, que Riva Agüero acoja por
completo la versión histórica de Garcilaso. Lo defiende, como
es sabido, de los infamantes ataques de Manuel González
de la Rosa para quien el joven Gómez Suárez de Figueroa
se había dado ínfulas de traductor del italiano, plagiando la
obra del padre Valera como suya, usando papeles recibidos
de las manos de los jesuitas, presentándolos como retazos.
Pocas veces hemos tenido una carga de caballería en materia
historiográfica como la del erudito González de la Rosa, nada
quedaba en pie de Garcilaso, ni siquiera su memoria. ¿Cómo
un hombre de 60 años, podía recordar tan bien lo que había
visto y oído a los 20? No menos feroz fue la respuesta de Riva
Agüero, aunque con las amabilidades y usos de época, «mi
anciano amigo y contrincante», pero «la calidad y la magni-
131