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ciplina ajena a las pasiones, y así, por errores posteriores,

se sospecha de la obra entera de un autor. No somos los

únicos. Al inmenso Pareto, se le olvidó por un siglo, había

cometido el error de irse con Mussolini. Hoy, su

Tratado de

Sociología,

tras la violencia de la historia, vuelve a ser

«Ges–

chichte».

Conocimiento objetivo. Hay algo de común en la

deriva de sendos intelectuales. Ambos escriben lo mejor de

lo suyo antes de que los arrebatese la pasión política.

A lo mejor de Riva Agüero

hay que acudir. Y admitir que

desde el punto de vista de la

historia clásica, gracias a trabajos ante–

riores a su gran deriva ideológica, hay un antes y

un después en el trato a Garcilaso. Riva Agüero se

ocupa de Garcilaso en sendos estudios. Desde

1908

y en

1912,

en la

Revista Histórica.

Pero primero en

El carácter de la

Literatura del Perú independiente

(1905).

En

La historia en el

Perú

(1910),

su gran tesis, cuando tenía

25

años. Pero su garci–

lacismo no se atenúa con el tiempo, también hay referencias,

precisiones en sus cursos de

Las civilizaciones primitivas

y

el

Imperio Incaico

(1937).

Omito otras referencias, no pretendo

ser exhaustivo y remito al lector a las

Obras Completas

(1968),

que es lo que en este instante tengo ante los ojos.

El asunto es, pues, ¿por qué, a Riva Agüero, le resulta tan

importante la obra de Garcilaso? Y naturalmente, ¿contra

quiénes lo defiende? Es notorio que «con Garcilaso revisa el

conjunto de la historia incaica», señala Porras, tanto como

para el período colonial, los cronistas de convento, y Peralta,

y Mendiburu. Para él es pieza clave, es fuente, lo que hasta

entonces se había discutido o negado. En efecto, el siglo XIX

no había entendido a Garcilaso, lo hemos dicho líneas arriba.

Conviene ampliar ahora esa afirmación. Riva Agüero, estricto

en el principio mismo de la historiografía del XIX, en el análi–

sis de las fuentes, en la crítica heurística, sí acepta la versión

de Garcilaso, aunque, se verá, con matices. La historiografía

que nos llegó en el XIX, de un siglo en que la historia era

la reina de las disciplinas, provenía de escuelas severas, en

particular la alemana y la inglesa, para las cuales, la historia es

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