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continuado luego man ifestándose, aunque con menos luci–
miento, en las épocas posteriores. Todo en el Inca Garcilaso,
desde su sangre, su carácter y las circunstancias de su vida,
hasta la materia de sus escritos y las dotes de imaginación y
de inconfundible estilo con que los embelleció, concurren a
hacerlo representativo perfecto, adecuado símbolo del alma
de nuestra tierra»
(1910).
Lo de «representativo», trajo cola,
la idea de peruanidad integral, como se verá.
Lo que aquí toca decir es que historia, como una mane–
ra rigurosa de producción de un tipo particular de conoci–
mientos, como construcción de la razón, un saber en línea
directa al propósito kantiano, como
«Geschichte»
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que es la
palabra con la que la separan, en lengua alemana, del acon–
tecimiento, no la hay en el Perú hasta Riva Agüero. «Puso los
cimientos de la historiografía peruana», dirá Raúl Porras, en
Fuentes Históricas
(1954).
Lo cual significa que cuarenta años
después de los primeros trabajos de Riva Agüero era preciso
insistir: «impuso el estudio preliminar e imprescindible de
las fuentes históricas». Porras destaca en Riva Agüero, a des–
pecho de su vida como político, la solvencia, el manejo de
las disciplinas conexas a la historia, y en sus primeros libros,
«su imparcialidad, su serenidad».
Lo que ocurre es que el momento culminante
de Riva Agüero fue
1916,
cuando precisa–
mente pronuncia en El General de San
Marcos su elogio sobre Garcilaso,
pero luego llega Leguía, llega otro
tipo de juventud, Riva Agüero se
aleja, retorna a la universidad, a la
Católica, en
1937,
pero ya no es el
joven liberal que viaja y escribe en
su mocedad
Paisajes peruanos.
Sus
compromisos y simpatías pol íticas
que ya no son las de un conservador
más, sino que se han encendido hasta
abrazar el fasc ismo italiano, lo cual perturba
el enj uiciamient o post erior sobre su aporte a las ciencias
históri cas . No debería ser así, pero la historia no es una dis-
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