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Los Comentarios Reales

serán íntegramente suyos por el alma

indígena y la magistral forma española». De alguna manera

también con Porras acaba el dilema: Garcilaso «ni inventó

ni mintió». Y agrega: «Hoy queda establecido que recogió

con exactitud y cariño filiales, la tradición cuzqueña impe–

rial, naturalmente ponderativa de las hazañas de los Incas

y defensora de sus actos y costumbres». En otras palabras,

es representativo de la historia imperial cusqueña, pero de

una versión. De una historia, hoy lo sabemos, que tenía no

crítica de los males gobernantes sino el olvido de los mis–

mos. Versión selectiva, minimalista, donde la inmortalidad

del Gobernante dependía de quipus, quipucamayocs y una

suerte de juicio de los muertos que hace recordar al de los

antiguos egipcios con el alma mortal de los mortales. Esa

auditoría post mórtem borraba si no de un plumazo, de

un golpe de quipu, los incas indeseables, pero de paso lo

preinca, la memoria de las provincias sometidas, y cuatro

mil años de civilización andina. Para Garcilaso la historia

es lo digno que se retiene, es la civilización, y no hubo otra

que la Inca. Es historia dinástica, ejemplarizadora. «La ver–

sión de Garcilaso del lncario, no es ni falsa ni mendaz», dice

Porras, sino «unilateral». Razonemos, no se le podía pedir al

hombre que reclamaba el respeto al valor de esa herencia

civilizadora que era la suya, y el derecho de los señores Incas

posterior a la Conquista, fuera el mismo que la subvertiera.

Eso vino después.

Aurelio Miró Quesada es el otro miembro de la trilogía de

los garcilacistas historiadores. En su vasta bibliografía figuran

diversos temas, Martín de Porres, Cervantes y Tirso de Molina,

la ciudad de Lima, los viajes, pero a lo largo de su vida fue un

constante estudioso de Garcilaso. Si Porras había hurgado en

los archivos de Montilla, Miró Quesada halla el testamento de

la madre, que encuentra en el Cusco en

1945,

«en el archivo

notarial a cargo de Don Osear Zambrano Covarrubias».

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Ese

documento es pieza jurídica que prueba las disposiciones del

joven Garcilaso en su partida del Cusco para hacer estudios

en España, y que llega a arreglos con la madre, Isabel Suárez

o Chimpu Ocl lo. Ella le da unos pesos en oro que aumentan

los

4

mil recibidos de manos de Antonio de Quiñones, alba-

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