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añadir á esto la inaudita barbarie de

solicitar se entreguen vilmente al Almi–

rante los mismos autores condenados, es lo mas ignominioso, lo mas indigno,

lo que no puede imaginarse en el hombre mas d-.:sprecíable de cuantos mere–

cen el dictado de villanos.

>

T ao injustas, tan irracionales eran las pretensiones del Contra-Almirante

y del Cónsul Baradé1 e. Mas al mismo

tiempo, tal era la degradacioo á que

habian descendido para obtener el fin de derrocar la autoridad legal de aquel

estado, y tao menguados los medíos que se pro ponian para aparecer d1speo _

sando alguna beoevolenci,a, que ellos mismos se convinieron en unos actos tao

sérios jugar una especie de farsa, que en todo tiempo será el mas

elo cuente

testimonio del oprobio é ignominia de que han cargado á

la oacioo francesa

á que pertenecen. Acordaron que simuladameote fuesen condenados á muerte

el Jefe y Oficial, y como si tal sentencia existiese, al participársela, pedirían

que el Presidente usase del derecho de h acer gracia que le concede la coos–

titucioo.

A sí se

hizo, y

el Gobierno

tuvo que

arrostrar tao

enormísimo

sacrificio por no dejar en

su descenso encarcelado

aquel J efe y Oficial, y

espuestos á

ser víctimas

inmoladas á la feroz

y

desenfrenada

indzgnacion

enteramente francesa .

e Aqui debiera concluir este manifiesto, porque alcanza ndo efectivamen te Ja

relacio:; de los hechos á los últi mos momentos de la existencia del Gobierno

legal en Montevideo, satisfechos ya con el forzado descenso del Presidente, los

deseos de los agentes de la Francia, llenas sus ínfames aspiraciones por h aber

elevado é la silla del G obierno á un bandido rebelde y

sublevado contra la

dignidad y soberanía de aquella R epública, hubieran podido cerrar esa série

de atentados in dignos y escandalosos, cubriendo su extremada perfidia con al

guoa accion generosa.

>

P ero muy dístao te de esto, destituidos de todo sentimiento noble, prepa

parado ya el P residente para abandonar el pais que le habia confiado sus des

tino s, el dia antes de embarcar;e para estas playas hospitalarias, tres ó cuatro

lanch as francesas se introducen de dia

armadas en el puerto sobre la ciudad

abo rdan uno de

los buques del ,Gobierno,

lo

envergan

y remolcándolo,

l~

estacionan al costado de uno

de los de

la escuadra

francesa allí

existente.

Un crimen tao enormí simo, un a relacion

tan injustificable del derecho interna

ciooal, es un atentado solo digno de la conducta de los agentes de la F rancia

que no pueden cubrir con la rídicula ficcioo inventada por el Consul Baradé ·

re, de que lo h abian ocu pado porque pretendía

fugarse. F iccion

ríC:ic1:1la y

pueril que

desmient~

todo el pueblo de Mon tevideo

testigo de aquella ioau _

'dita maldad, que si hoy enmudece, día llegará en que pueda h ablarse clamando

el justo castigo contra los viles autores de la humillacion degradante de que

h a sido victima aquel infortunado estado.

>

Pero, ¿qué hay que estrañar? El Contra-Almiran te y Cónsul Baradére

tomando un a indebida

po~icioo,

habían prometido

al Presidente y

Ministro~

que permitiria.i la salida de un o de los buques de guerra que debía conducir

una grao parte de

la tropa y

ciudadanos que

acompañaban al Presidente,

que seria convoyado por las fuerzas francesas hasta la línea del

bloqueo

d~