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alguno los tres pequeños buques de la República Oriental? ¿O acaso

el que

los dirigiese el acreditado Sr. General Brown?

>

Los temores verdaderos, los cuidados efectivos que agitaban

á

los agentes

de

la

Francia, no eran otros que la destruccion cierta que preveían de los pi–

ratas de Rivera, y la desesperacion en que estaban por formarse un simulacro

de autoridad, para egercer á su sombra, y b ajo la mas vergonzosa tolerancia,

actos que no pueden clasificarse sino como una h orrorosa y extraña invasion

de los prin:ipios del derecho intern acional, tales son la existencia de una cor·

beta francesa en las aguas del Uruguay, sobre nuestras mismas costas, la que

obligaba á detener y

p~saba

visita á. todos los buques que navegaban en esa

carrera; sondear sin conocimiento del Gobierno el mismo rio; mantener fre–

cuentes comunicaciones con las h ordas de Rivera; y finalmente, entre otros

muchos que seri a largo enumerar, el que ya no dejó duda sobre las intencion(S

hostiles de los F ranceses, el que justificó las alarmas del Gobierno Oriental, y

sirve de comprobante

á

todo lo espresado, la vergonzosa é infame alianza

entre los buques de Francia y los piratas de Rivera para el asalto y ocupa–

cion de la Isla de Martin Garcia.

• Desde entonces ¿pudo ser ya mas claro el objeto de la escandalosa resis–

tencia á la salida de los buques que pertenecían al Gobierno, y que induda–

blemente hubier an ó apresado ó concluido con los piratas? No fué entonces

evidente que á estos últimos los protegieron los agentes como amigos suyos,

con quienes estan empeñados

á

todo trance en su conservacion, y con quienes

cuentan para empresas ulteriores contra

la

R epública Argentina, despues de

h aber hollado y vejado h asta lo sumo la dignidad y soberania de la Orie.nta

en medío de la amistad

y

buena inteligencia que conservaba con

la

nacion

francesa?

>

La confusion y atolondramiento que estos sucesos produjeron en los

Agentes de la Francia, es

el

mejor testimonio de la justicia con que el

Gobierno Oriental sostuvo siempre el honor y decoro nacional que le estab

confiado. A este objeto, como tambien para poner en la debida claridad

1

falaz, impudente é insidiosa conducta que observaron con aquel Gobierno, es

digna de la luz pública la contestacion que el Cónsul Baradére dió al Minis·

tro de R elaciones Exteriores cuando se le reclamó sobre el asalto

á

la Is! a

• de Martín Garcia,

á

saber, •que no podía comprender la política del Contra-Al·

«

mirante; que él,

y

M r. Aimé R oger estaban abismados,

y

que por su

«

parte se

anticipaba ya

á

desaprobarla,

sin embargo de que tomaria sobre

«

ello los necesarios conoc;mientos para satisface r al Gobierno.>

> Mas cuales fueron los pasos que dieron para satisfacerle? ¿Cuales serian

las contestaciones del Contra-Almirante en casa del Cónsul Baradére, tratando

de este mismo punto con el expresado Mini stro de R elaciones Exteriores?

Olvidado de la altura en que se h alla colocado, desconociendo la magnitud de

la responsabilidad que sobre él gravita,

y

befando los respetos y considera·

ciones que debe, no solo al pueblo orien tal, si no

á

todo el mundo que lo

juzga, contestó • que los buques de Rivera se h abian voluntariamente unido

«

á

los de Francia para la citada empresa, sin ninguna combinacion,

y

que

ni