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ro impuesto al país á hierro y sangre,
las persecuciones y la proscripcion
que estaban condenados sus amigos
políticos, y ofrecia al pais un programa
consignado en su manifiesto, de Julio de aquel año, que no lo hará mejor en
cuanto á esposicion de doctrinas y propósitos, el mejor de los publicistas de
Aparicio.
>
Como Aparicio, el General Flores habia agrupado á su alrededor algunos
millares de partidarios; y como Aparicio, pretendía
representar por lo menos
á la mitad del país.
»
Yo era ciudadano y periodista entonces.
>
Como ciudadano, cumplia con las prescripciones de la ley haciéndome re·
presentar en la Guardia Nacional por personero.
»
Como periodista, me abstenía absolutamente de apoyar ni enaltecer el mo·
vimiento revolucionario, pues comprendía bien que eso no pouia hacer impu·
nemente bajo el dominio y jurisdiccion del Gobierno.
»
Vd. era Ministro entonces y Vd. que me increpa obcecacion de partidario
y propósitos estrechos de esclusivismo y predominio, y se atribuye el espíritu
mas despreocupado y el carácter mas tolerante y los sentimientos mas frater–
nales, me hacia poner preso porque no me sometia al vejámen de usar la
divisa del bando gubernista, del partido blanco, y mandaba cerrar el diario
que yo redactaba por el crímen de abstenerse!!
• Hoy han cambiado los roles. Yo no soy Ministro, pero soy periodista
y V d. es
revolucionario confesado y declarado; y yo, el periodista á quien
V d. hizo cerrar
su~
diario porque se abstenia, abro
á
V d. las columnas de aquel mis·
mo diario hecho cerrar por V d. y se las abro para que V d. haga la apología
de la Revolucion y combata y deprima cuanto á la Revolucion se opone.
»
¿No es verdad que no son tan brutales mis pasiones, ni tan
inveterados
mis ódios, ni tan estrechas mis vistas, al menos con relacion
á
las vistas y
á
los ódios y
á
las pasiones que han solido llenar el alma de nuestros hom–
bres de Estado?
»
Y persuádase Dr.
de Herrera, que al hacer
á
Vd. estos r ecuerdos, no
cedo á un móvil mezquino ni me propongo un desahogo personal.
• J:Ie necesitado hacer esos recuerdos para advertir á Vd. que los hombres
no son ángeles, y que no se puede ser tan exigente como Vd. se manifiesta
ni tener tanta severidad para juzgarlos.
>
Usted empieza por culpar al General Battle y á sus hombres y aun á
los que no han sido ni son sus hombres, de haberse mostrado
reacios en
aceptar los medios conciliatorios y pacíficos para restablecer la paz y desar–
mar los partidos, abriendo nuevos caminos de legalidad y de
justicia
á este
pueblo desgraciado, víctima expiatoria del extravío y de sus partidos y prin–
cipalmente de las prevaricaciones de sus hombres públicos.
• Pero sus cargos de usted para que fuesen justos supondrian en el Gobier–
no hombres sin pasiones ni debilidades, sin ambiciones y sin ódio; hombres en
fin que no hubieran pagado su tributo á los errores
tradicionales de creerse
gobiernos legítimos por el
hecho de ejercer el poder público, y de encarnar