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sueltas al viento y sus enormes lanzas llevadas en posicion de
ataque, mas que soldados comunes, como los demás que hemos
visto de otras nacionalidades, seres fantásticos, héroes de nove–
la, representantes de los Dioses d e la guerra.
Era preciso verlos para admirarlos, contemplando sus bellí–
simas y arrogantes figuras.
Un pintor habría sacado retratándolos, hermosos ejemplares
de guerreros, espléndidas reproducciones de Marte.
En ninguna época se ha bailado mas en la campaña de nuestra
república, que durante la revolucion del 70 .
Nuestra juventud, con la misma facilidad que se batia deno–
dadamente en los combates, se entusiasmaba ante los
~ellos
ojos de las hermosas orientales y rendía fervoroso culto á la
Diosa Terpsícore.
La
oriental
juventud
Por lo brava
y
lo cortés,
En amores
y
en combates
Nadie la supo vencer.
Asi podríamos decir parodiando al poeta que le cantó á la
bizarra infantería española, apropiándonos la cuarteta que de–
jamos transcripta para gloria de nuestros bravos
y
enamorados
compatriotas.
En efecto, cientos de b ailes se dieron en aquella época feste –
jando á nuestras bellas; pues lo mismo se danzaba en la alta so–
ciedad que en el bajo pueblo. Habia para todas las clases y
para todos los gustos; lo mismo se bailaban unos lanceros ó
un vals de dos pasos como una
milonga
ó un
pericon.
No hubo pueblo ni poblacion por donde cruzó el ejército re–
volucionario en que no se celebrara su llegada con bailes y toda
clase de diversiones.
Los pueblos que descollaron en primera línea por su entu–
siasmo y por las fiestas que á los revolucionarios ofrecieron,
fueron la Union, San José y Melo. Despues la Florida, Durazno,
Mercedes y Minas.
Cuantos recuerdos conservamos todavía de aquellos tiempos!
Pero doblemos la hoja; pues hoy no queremos alegrarnos ni
aun recordar épocas pasadas.
Durante la revolucion se produjeron en varias ocasiones al–
gunas emigraciones parciales de los revolucionarios, siendo la