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ezagados q u e iban quedando en e l trayecto de la primera de
estas persecuciones y que hab ia escondido la mitad del c ue rpo
dentro de una cueva, en e l momento q u e los soldados r evolu–
cionarios lo tomaban d el capote militar que le a rrastraba casi
hasta el s u elo y trataban de sacarlo .
-Nit
mi mate, qui soy maracato di San Cusé!- Decia
otro
implorando el perdon de sus e nemigos, aludiendo á q ue de
aquel departamento todos son blancos .
Y, por fin, e n las sierras d e San Juan, est aban tan rendidos
de s ueño y fatiga los pobres r ezagados, q u e, medio entr e des–
piertos y dormidos, creyendo que eran sus compañe1os los que
los despertaban al tomarlos prisioneros, esclamaban t odos com–
pungidos:-L ascíame dormire per dumani matar i bianchi!
Se conserva todavia el recu erdo d e muchas y muchas esce–
nas idénticas, que á cada paso se r enovaban e n aquella larga
campaña.
Cuando campaba el ejército revolucionario, en los tiempos
que podia hacerlo tranquilamente y que no t enia que hacer
ejercicios la tropa, nuestros paisanos entretenian su tiempo
domando potros, lavando s u s pobres cacharpas 6 cortando
guascas
y corriendo carreras, su diversion favorita .
Hemos presenciado escen as muy divertidas en todos estos
entretenimientos.
U n as veces e ran los aprendices de domadores q ue r ecibian
tremendos porrazos d e los potros, 6 los chambones que corta–
ban y destrozaban un h e rmoso cuero de vaca. Otras eran los
lavanderos que se quedaban sin ropa á fuerza de estrujarla
en el lavado y d e puro vieja y rota, 6 las carreras q u e se
armaban hasta por un
naco
de tabaco.
P ero lo mas chistoso de todo esto, n o era el hecho en sí,
que mas b ien podia consider arse triste, sinó los dicharachos,
algunas veces filosóficos, de nuestro paisanaje y la gran
far1'a
que se armaba por cualquiera de aqu ellos in cidentes .
Apesar d e las penurias y sufrimient os que se pasaban, todo
era soport ado con resignacion por los soldados nacionalistas,
sin que ningun contratiempo bastara á hacerles perder su
aleg ria .
Creía n en la santidad de s u causa y no economizaban esfue r–
zos que de ellos dependiera para contribuir á su triunfo.