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doles además, como así lo hicieron, que escondieran los bueyes,

pues no seria estraño que el enemigo se los quitase. Y monta–

mos

á

caballo y salimos de allí e n seguida, huyendo horroriza_

dos de tanta de gracia y m1sena. ¡Quien sabe cual fué el fin

de aquey,as infelices!

Como en los tiempos de la revolucion del 70 el arma de fue–

go no había llegado aun "'la perfeccion que tiene hoy, nuestros

paisamos guapos tenian

á

gala el no usar sino arma blanca para

los combates.

Y sin embargo, q ue proezas se hacian ¡vive Dios!

Hemos visto paisanos adelantarse solos á los escuadrones de

caballeria que cargaban los cuadros de infantes, a rmados úni–

camente de facon y boleadoras, y echar pié á tierra al frente

de éstos

y

caer abrazados con ellos batiéndose á puñaladas.

Hemos visto combates caballerescos entre los oficiales de

las guerrillas que se desafiaban á batirse á lanza al frente de sus

escuadrones, hasta que caia uno ó los dos muertos ó mal he–

ridos.

Y por último, en los entreveros de la. caballerias, e n los en–

cuentros parciales de escuadrones, . cuánto combates á a rma

blanca hemos presenciado de uno á uno

y

de uno á varios,

unas veces á caballo

y

otras á pi é , r odeados de enemigos ansio–

sos de exterminarlos!

Entre los que descollaban e n el ejército revolucionario del

70 por no hacer uso nunca de armas de fuego, hallábase en

primera línea el Gene ral Aparicio, qu e jamá cargó otra arma

que su potente lanza, el General Muniz que entraba á las pe–

leas sin mas armas que un látigo

y

el Coronel Pampillon que no

usaba sino la lanza,el facon

y

las

boleadoras,

arma, esta última,

temible en las derrotas, pues se apresa con ellas á los ginetes

hasta á una cuadra de distancia.

Otra costumbre típica en nuestros bravos paisanos al entrar

en pelea, era la siguiente: arremangábanse la ropa de los bra–

zos,

y

aun algunos la de las piernas; atábanle la cola á sus

fletes,

y se colocaban una vincha en la cabeza formada con un pa–

ñuelo.

Con esta

toilett

y

montados primorosamente en briosos cor–

celes que tascaban el freno

y

piafaban, escarbando el suelo im–

pacientes por arremeter al en emigo, parecían aquellos paisanos

de formas hercúl eas y de rostros varoniles con sus largas melenas