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huyó qmzas d e un modo d eci i\·o para celebrar el tratado

de Abril que se llevó á cabo.

Cuando el Dr. D. José

G.

Palomeque, acompañado de su

hijo

el

distinguido Dr. D . Alberto Palomeque,

r egr esó á

Montevideo d e s u mision al ejér cito r evolucionario, trayen–

do aprobado el tratado que se celebró por intermedio del

gobierno argentino con la inte rvencion d el Dr. D . Andrés

Lamas, se encontró con q ue los hombres exaltados del parti–

do d e Batlle, inspirados en pasiones intransigentes q ue ofu s–

caban su inteligencia, habian destruido aquella ob r a del pa–

triotismo, y que por consecu encia, parecía imposible llegar

al avenimiento decoroso y pacífico que reclamaban las con–

veniencias d el país.

El Dr. Palomeque comp rendió q u e

t odo est aba perdido,

y se e ncaminaba al muelle par a embar carse con d estino á

Buenos Aires, con el

espíritu afligido ante la perspectiva

siniestra de nuevos males y desgracias para la patria, cuando

tuvo una idea salvadora: acababa d e subir á la presidencia

D. Tomás Gomenzoro y creyó que d ebía en s u calidad de

comisionado de la r evol ucion, hacer una última t e ntativa, un

último esfuerzo para llegar á la concordia de los orientales

y á la t erminacion d e la guerra.

D espidióse d e su hij o, al cual vió por última vez y r esol–

vió quedarse e n Montevideo prosiguiendo la alta mision de

que estaba en cargado. Así lo hizo, vió al

nuev~

presidente,

inclinó á

favor de s us

trabajos

la opinion de los buenos

ciudadanos de uno y otro partido, y con la ayuda de estos

y el t a lento y

la perseverancia s uya, pudo en

los últimos

días de s u vida, alcanzar la satisfaccion inmensa de poner

fin con el tratado que se realizó, á

la contienda fratricida

en que la patria estaba empeñada.

Varias comisiones de damas se formaron durante la revolu–

cion para correr con s us c riciones, cuidar heridos, conducir

comunicaciones y hasta para enviar armas y equipajes á los

revolucionarios. Entre las matronas que descolla ron por su

valor y patriotismo, y que por l o tanto merecen que sus nom–

bres figuren en esta obra, podemos cita r á las distinguidisimas

señoras Dª Josefa Oribe de Urtubey, D ª Virginia Muñoz de

Valdee, Dª Adelaida G. de Villar, Dª Aurora Velazcode Mena,