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Como e r a na tural, est e c uadro de pertó en tre nosotros la
mayor c uri osidad. Bajado d e nue tro caball os, po r invitacion
d e aquellas pobr
muj e r e , n o
sentamos en un os troncos de
árbol a l r ed edor d l fogon en que és tas con los ch ic uelos ca–
lentaban u miemb ros ateridos de frío. Todos s us bie nes se
componian de la r eferida carr e ta, cuatr o
bueye~,
tres vacas le–
cheras y a lg unos pobre
trapo que
e veían desparramados en
el inte rior del carro.
D e pu . de un momento de con ver acion, preguntándoles por
el nombre de aquellos paraje y por la direccion que había que
tomar para ir á tal ó cual punto , la
inte rrogamo por qué cir–
c unstancia de g raciadas habian venido á p a rar á aquella situa-
ion.
- Ah!
llo ra ndo
l
pobre ,
des.
no e p r e en–
ndaba
no
u
ya
u
le dimo
qu
lle–
c ua ntos