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REVOLUCIÓN DE I 'GLATERRA.

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zaba á convencerse de la imposibilidad de doblegar

e l espíritu de la rústica

gent?·y

(l) .

Debe observarse que no eran los antiguos enemi–

gos de los Estuardos los que oponían tau firme resis –

tencia á la Corte. Las listas de jueces de paz

y

lu–

g·artenencias habían sido desde hacía mucho tiempo

-cuidadosamente purgadas de todo nombre republica–

no. Las personas de quienes el Gobierno había inten–

tado en vano alcanzar alguna promesa de apoyo, per ·

t eneclan, con muy contadas excepciones, al partido

.tory,

y

los más anciano3 aun podían mostrar las cica–

trices de heridas hechas por las espadas de los Cabe–

zas redondas,

y

recibos de la vajilla enviada

á

Carlos I

en sus épocas de penuria. Los más jóvenes habían

sostenido con inquebrantable firmeza

á

Jacobo contra

Shaftesbury

y

Monmouth. Tales eran los hombres que

actualmente eran desfüuídos en masa por el mismo

príncipe á quien habían dado tan señaladas pruebas de

fidelidad. El verse destituidos, sin embargo, sólo sirvió

á

afirmarles en su resolución. Era para ellos cues–

tión sagrada C:e pundonor el sostenerse mutuamente

en la nueva actit ud. No podía abrigarse la menor

duda que si se acudía legalmente al sufragio de los

propietarios, ni un solo

representante del condado ,

favora –

ble

á

la política del Gobierno, sería e!'egido. De aquí

el oirse continuamente preguntar con gran ansiedad

si la votación serla legal.

(l) Citters, abril 5 (15), 16d8.