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LORD .MACAULAY.

uuevas de que la derrota sería completa é irremedia–

ble. El catecismo que debían emplear los lores Lugar–

tenientes para cerciorarse de las opiniones de los ca–

balleros del campo , constaba de tres preguntas. Todo

Magistrado

y

Diputado Lugarteniente debía contes–

tar: l.• Si en el caso de ser llamado al Parlamento,.

votaría por un

biU

redactado según los principios

de la

Declaración de .indulgencia;

2.

0

Si como elector

sostendría. á los candidatos que se comprometieran

á

votar por tal

Oilt;

y 3.°, si en su fuero interno se sentía

inclinado á prestar ayuda á los· benévolos designios

del Rey, viviendo en paz y armonía con gentes de to–

das las religiones (1).

Tan pronto cundieron estas preguntas apareció una

especie de respuesta, redactada con admirable habi–

lidad , la cual circuló en todo el reino,

y

fu é general–

mente adoptada. Su contenido era como sigue: «Come>

individuo de la Cámara de los Comunes, si tengo el

honor de ser elegido, consideraré de mi deber, pesar

cuidadosamente cuantas razones puedan traerse al

debate, en pro

y

en contra de un

bill

de indulgencia,

y

votar lueg·o según lo que me dicte la 'conciencia.

Como elector daré mi ayuda á aquellos candidat-Os

cuyas I\OCiones del deber de un representante· estén

de acuerdo con las mías. Como particular, deseo vivir

en paz

y

caridad con todo el mundo.» Esta respuesta.

mucho más irritante que una negativa directa por el

ligero tinto de sobria

y

dolorosa ironía en que iba en–

vuelta, fu é lo único que los emisarios de la Corte pu–

dieron sacar de Ja mayor parte d.e los caballeros del

campo. Argumentos, promesas, amenazas, todo fué

inútil. El Duque de Norfolk aunque protestant.e

y

á

pesar de no estar muy contento de los procedimientos

(i )

Citters, octubre 28 (noviembre 7), l ti81; Lonsdale,

Memoria•.