REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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nabian ya abandqnado aquella doctrina, y no es–
taban dispuestos á adoptarla de nuevo. Los
Caballeros
de_Inglaterra, como partido, habían tomado tan gran
parte, directa ójndirectamente, en la última subleva–
ción contra el Rey, que no podían siquiera por ver–
güenza, hablar en aquel momento del sagrado deber
-de obedecerá Nerón, ni en realida1 estaban dispues–
tos á reponer al Príncipe bajo cuyo mal g·obierno ha–
bían sufrido tanto, sin imponerle condiciones qua le
imposibilitaran, en lo sucesivo, para abusar de supo–
der. Hallábanse, pues, en una situación falsa. Su an–
tigua teoría, buena ó mala, era por lo menos completa
.Yconsistente. Si aquella teoría era buena, debía inme–
diatamente invitarse al Rey
á
volver, y permitirle,
si tal era su gusto, hacer morir como reos de alta
traición
á
Seymour y Danby, al Obispo de Lon–
dres y al Obispo de Bristol; restablecer la Comisión
eclesiástica; llenar la Ig·Jesia de dignatarios católicos,
y poner el ejército al mando de oficiales papistas.
Pero si aquella teoría, como al presente los mismos
-toríes parecían coufesar, era absurda, ¿para qué tratar
con el Rey? De admitir que se le pudiera excluir le..
galmente, mientras no diese satisfactorias garantías
'{lara la seguridad de la Constitución en la Iglesia
y
el Estado, no era fácil negar que se le pudiera excluir
legalmente para siempre. Pues, en efecto, ¿qué garan ·
tia satisfactoria podía dar el Rey? ¿Cómo era posible
redactar una ley del Parlamento, en términos más
claros que los de aquellas leyes donde se ordenaban
que el Dean de Christcburcb fuese protestante? ¿,Cómo
era posible redactar una promesa, en términos más
categóricos, que aquellos en que Jacobo babia decla–
rado repetidas veces respetar escrupulosamente los
.derechos legaleE del clero anglicano'{ Si la ley
ó
el
honor pudieran obligarle, nunca se hubiera visto for-