REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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llamará Jac0bo ni tampoco despojarle de la corona.
Consistia este 'r6curso en una reg·encia. Los teólogos
que más obstinadamente habian predicado la doctri–
na de la obediencia pasiva, nunca habian SO$tenido
que tal obediencia debia prestarse
á
un niño ó
á
un
loco. Reconocía e por todos que en . el caso de
ser el sobP,rano legítimo intelectualmente incapaz de
desempeñar su alto cargo, podía nombrarse una per–
sona que hiciera sus veces,
y
que todo el que resistiera
al representante de la autoridad real, alegando, como
excusa de su desobediencia, que el Príncipe estaba en
la cuna ó que había perdido la razón, incurría con jus–
ticia en el crimen de rebeldia. La estupidez, la perver–
sidad
y
la superstición-tal era el razonamiento del
Primado-habian hecho de Jacobo, persona tan inca–
paz para gobernar sus dominios, como cualquier niño
en mantillas
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cualquier .maniático de los encerrados
en el manicomio de Bedlam. Debla, pues, tomase
igual medida que la ya adoptiida en la infancia de
Enrique . VI, puesta nue.,.amente en vigor cuando
cayó víctima del letargo. Jacobo no podía ser Rey de
hecho, pero debía continuar siéndolo en apariencia.
Su imagen
y
su nombre debían continuar figurando
en las monedas
y
en el Gran Sello. Las leyes del Par-
. lamento debían seguir datándose de los años de
S\l
reinado. Mas debla quitárse1e Ja administración, que
seria confiada á un regente nombrado por los Estados
del Reino. De esta manera, sostenia Sancroft con toda
gravedad, el pueblo continuaria leal
á
s:i soberano
legítimo; los juramentos de fidelidad hechos al Rey
t~ndrían
exacto cumplimiento, y los más ortodoxos
anglicanos podrian, sin ningún escrúpulo de concien–
cia, aceptar empleos del.gobierno del Regente (1).
(1)
Increillle parece que haya habido quien, en realidad, s&