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LORD MACAULAY.
ventana,
exclamó,
q11e aguardar aqui
á
mi padre.»
La
favorita trató de preparar Ja fuga. Comunicó á toda
prisa loque pasaba
á
algunos jefes de la conspiración,
y
á.
las pocas horas todo estaba arreglado. Aquella
noche, Ana se retiró á su cámara, como de ordiuario.
Muy tarde ya, se levantó, y acompañada de su amiga
Sara y otras dos servidoras, bajó por un,a escalera de
servicio, en bata y za:f)atillas. Las fugitivas g·anaron
la calle sin que nadie las molestase. Allí les esperaba
un coche de alquiler. Dos hombres guardaban el hu–
milde vehículo . Uno de eÜos era Compton, obispo de
Londres, antiguo tutor de la Princesa: el otro era el
magnífico
y
briilante Dorset, á quien la extremidad
del peligro público hiciera abandouar su espléndido
reposo. El coche se dirigió inmediamente á Alders–
gate Street, donde se hallaba entonces la residen–
óa de los Obispos de Londres, al lado de su catedral.
Allí pasó la noche la Princesa,
y
á !a mañana si–
guiente salió para Epping Forest. En aquel sitio
agreste poseía Dorset un antiguo castillo, uestruírlo
hace ya mucho tiempo. Bajo su hospitalario
techo,
lugar favorito por muchos años de ingenios
y
poet.as,las fugitivas se detuvieron breve espacio. No pod!an,
sin peligro, intentar acercarse al ca:npo de Gu.illermo,
porque el país que tenían que atravesar estaba ocu–
pado por las fuerzas reales. Así, pues, resolvieron que
Ana se refugiase entre los insurgentes del Norte.
Compton prescindió por completo , en. las presentes
circunstanéias, de su carácter sacerdotal. El peligro
y
la lucha habían vuelto
á
encender en su pecho el
bélico ardor que veintiocho años antes, cuando servía
en los Guardias de Corps, le animaba. Precedía á la
Princesa con jubón de búfalo
y
botas de montar, Ja
espada al cinto
y
las pistolas en el arzón. Mucho
antes de llegará Nottingham, rodeaba el coche de la