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LORD MACAULAY.
al infortunado Rey de pusilanimidad. ¿Por qué reti–
rarse de Salisbury'?/,Por qué no probar el éxito de una
batalla!' ¿Podría echarse en cara al pueblo el someterse
al invasor, cuftndo veían huir al Soberano
á
la cabeza
de su ejército? Jacobo sintió mucho estos insultos y
los recordó largo tiempo. Y en verdad, aun los whig·s
calificaron el lenguaje de Clarendon de indecente y
poco generoso. Halifax habló en tono muy diferente.
Durante varios años de pelig ro había defendido con
admirable habilidad contra la regia prerrogativa la
constitu@ión civil y eclesiástica de su país. Pero su
sereno entendimiento, singularmente cerrado al en–
tusia·smo y enemig·o de los partidos extremos, empezó
á
inciinarse
á
la causa del Rey, precisamente cuando
aquellos bullangueros realistas que últimamente tra–
taban á los
equilib1·istas
poco menos que de rebeldes,
,se levantaban en armas por todas partes. En tales
circunstancias cifrábase su ambiciqn el,1 ser el pacifi–
cador entre la nación y el trono. Su talento y carác–
ter le hacian apto para t!tl empresa, y si no le salió
bien, el mal éxito ha de atribuirse á causa contra la
cuales no puede luchar la humana inteligencia, y
más que nada á la locura, mala
fe
y obstinación del
Príncipe que intentaba salvar.
Halifax dijo muchas y muy amargas verdades,
pero con una delicadeza que Je valió ser tratado de
adulador por espíritus abyectos en demasía para com–
prender que lo que se llama adulación cuando se _
dirige á los poderosos es deuda de humanidad con
los vencidos. En medio de muchas expresiones de
simpatía y deferencia, declaró que, en_ su opinión, te–
nía el :Rey que resignarse á hacer grándes sacrificios.
No bastaba convocar un Parlamento ó entablar nego–
ciaciones ton el Principe de Orange. Debía ponerse
remedio inmed iatamente, por lo menos, á algunos de