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LORD MACAULAY.

testante y las libertades de Inglaterra.» Pero redobla,

ron las aclamaciones cuando apareció el mismo Prín–

cipe seguido de cuarenta lacayos que corrían á pie,

armado de peto

y

espaldar, con una blanca pluma en

el sombrero

y

montado en un blanco corcel. Aun

puede verse en el dibujo de Kneller con qué aire

marcial dominaba su caballo, cuán reflexiva y majes–

tuosa era la expresión de su ancha frente

y

mirada

de halcón. Hubo un momento en que aquellas graves

facciones se contrajeron dibujándose en ellas una son–

risa. Fué cuando una anciana, tal vez una de aquellas

celosas puritanas que durante veintiocho años de per·

s~cución

habían esperado con

fe

inquebrantable en

el consuelo de Israel, madre tal vez de algún rebelde

que había perecido en la carnicería de Sedgemoor ó

en la más terrible todavía del

T1·ünmal Sang1iento,

salió de entre la multitud,

y

arrojándose por entre las

desnudas espadas

y

encabritados corceles, tocó la

mano del libertador , exclamando que por fin era fe–

liz. Ce.rea del Príncipe había uno que dividía con él ·

la atención de la multitud. Aquél, decían las' gentes,

era el gran Conde de Schomberg, el primer soldado

de Europa, desde la muerte de Tlil'ena y Condé, el

hombre cuyo genio

y

valor hab)an salvado

la

Monar–

quia portuguesa en el campo de Montes Claros, el

hombre que aun había alcanzado mayor gloria re

nunciando al bastón de Mariscal de Francia por amor

á

la verdadera r eligión. También se recordaba que los

dos héroes que, indisolublemente unidos por su amor

al protestantismo, entraban aho1;a juntos en Exeter,

habían peleado, doce años antes, uno conti·a otro bajo

Jos muros de Maestricht

y

que la energía del joven

Príncipe no había podido entonées ig ualar

á

la fría

ciencia del véterano que amistosamente cabalgaba

á

su lado. Seguíales una larga columna de bar-