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LORD MACAULAY.
Ciertamente el tiempo había servido de tal manerlli
la causa protestante, que algunas personas, más pia–
dosas que discretas, creían á ojos cerrados que se
habían alterado las leyes ordinarias de la naturaleza
para conservar la libertad y la religión de Ing·laterra.
•Tustamente cien años antes, decían, la armada,
ºIn–
vencible
para los hombres, fuera dispersada por la có–
lera de Dios. Jugábanse nuevamente la libertad civil
y la verdad divina, y otra vez los obedientes elemen–
tos habían peleado por la buena causa. El viento había
soplado con fuerza del Este mientras el Príncipe de–
seaba entrar en el Canal; se babia vuelto al Sur para
favorecer su entrada en 1'orbay; había permane–
cido en calma durante el desembarco, y no bien ter–
minara éste, desencadenándose la tempestad había
ido al encuentro de los perseguidores. Ni se dejó tam–
poco de recordar que, por una extraña coincidencia,
había lleg·ado el Príncipe á nuestras costas, el mismo
día en que la Iglesia an g·licana conmemoraba con
oraciones y actos de gracias, la maravillosa salvación
de la Casa Real
y
de los tres Reinos, del más t
ebroso
complot jamás imag·inado por papistas. Carstairs.
cuyos consejos eran siempre escuchados con aten–
ción por el Príncipe, recomendó que tan pronto se
efectuase el desembarco, se diesen gracias á Dios
públicamente por haber concedido tan singular pro–
tección á la gran empresa. Adoptóse el consejo, y fué
de excelente efecto. Los soldados, enseñados de este
modo á considerarse como favoritos del cielo, se sin–
tieron animados de nuevo valor., y el pueblo inglés
formó la opinión más favorabl e de un General
y
un
ejército tan diligentes en el cumplimiento de los de–
beres religiosos.
El martes 6·de noviembre, el ejército de Guillermo
.se puso en marcha. Algunos regimient-Os avanzaron