REVOLUOION DE INGLATERRA.
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cada paso en el lodo hasta los tobillos, no eran muy
á
propósito para mejorar el aspecto de los soldados y de
los arreos militares. Pero la gente de Devonshire, que
en modo alguno estaba acostumbrada al esplendor de
bien ordenados campos, los contemplaba llena de de–
licia
y
respeto. Circularon por todo el Reino descrir–
ciones del marcial espectáculo, donde se refería ex–
tensamente aquello que más puede halagar el apetito
del vulgo por lo maravilloso, pues es lo cierto que el
ejército holandés, compuesto de soldados nacidos en
distintos climas y que habían servido bajo diferentes
estandartes, presentaba un aspecto al mismo tiempo
grotesco, aparatoso y terrible para isleños que, en ge–
neral, tenían idea muy vaga .de las naciones extran–
j eras. Cabalgaba delante Macclesfield
á
la cabeza de
doscientos caballeros, ingleses casi todos, que osten–
taban resplandecientes yelmos y corazas, y montaban
en corceles flamencos de batalla. Atendía al servicio
de cada uno un negro traído de las plantaciones de
azúcar ·de la costa de Guayana. Los habitantes de
Exeter. que nunca habían visto tantos ejemplares de
la raza africana, contemplaban maravillados aquellos
negros rostros que hacían resaltar más los bordados
turbantes y blancas plumas. A éstos seguían, empu–
ñando anchas espadas, un escuadrón de jinetes sue–
cos, de negra armadura y capas de piel. Excitaban
éstos particular interés, pues se decía que eran natu–
rales de un país donde el Océano estaba helado y don–
de la mitad del año era noche,
y
que ellos mismos ha·
bian dado muerte
á
los descomunales osos cuyas pie–
les ostentaban. Después, rodeada de un buen grupo
de caballeros y pajes, seguía la bandera del Príncipe
de Orange. En sus anchos pliegues, la multitud que
cubría los tejados y llenaba las ventanas, leía llena de
gozo aquella inscripción memorable: «La religión pro-