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LORD 111ACAULAY.

Estado, y tenemos que anda1· ?nuy prec1110idos si alg1ma t1ez

volvemos

á

llace1·lo. En una ocasión liemos s1tScrito 'Una soli–

citud inofensiva

é

inocente. La

Jns

entamos de la manera

más respetuosa,

y

nos encont1'111mos

c.on

q1te llabía;nios cometido

Wt

gra?t C1imen, y sólo 2J01'

la

mise1ic01·diosa 2J1'0lección de

Dios nos liemos salvado de completa 1·uina;

y

el p1incipio en

que se fwndaJ;an el Fiscal

y

el Solicitoi· de V. M. era q1te

fuera del Pa1·lamento .é2·amos nosoti·os meros pM·ticulans,

y

q1te ei·a vresunción criminal en los lJM'ticula?·es mezclarse en

política. De tal modo nos atacaron que, por mi pa?·te, 1ne con–

sideré peNJ,ido.-G1·acias, Milord de Caitlerbui·y,

dij o el

Rey;

yo espei·aba que no os consideraseis perdidos poi· lla)Jer

caído en mis manos.»

Tales frases hubieran sentado bien

en boca de un

oberano bondadoso, pero contrasta–

ban extrañamente en un Príncipe que había hecho

quemar á una mujer por haber dado a il o

á

uno de

sus enemigos, en un Príncipe cuya

rodilla había

abrazado en vano su propio sobrino implorando mer–

ced. El Arzobispo no se dejó vencer por tal re puesta.

Y así, continuó hablando del mismo a unto,

y

refirió

los insulto que las hechuras de la orte habían infe-

1·idf>

á

la Iglesia anglicana, entre los cuales ocupaba

lugar principal el ridículo de que se había cubierto su

propio estilo. El Rey sólo tuvo que decir que no es–

t aba en uso recordar pasados daños y que creía que

estas cosas se hubiesen ya dado por completo al olvi–

do. Quien nunca olvidó la más leve injuria que se le

hubiera hecho, no podía comprender que otros recor–

dasen, durante algunas semanas, la injurias más

te–

rribles, inferidas por

él.

Al fin la conyer ación volvió de nuevo al punto de

que se había apartado. El Rey insistió en que los

Obispos redactasen un documento declarando que

hablan visto con horror la empre a del Príncipe. Ellos,

en medio de muchas protestas de la más sumisa leal-