286
LORD 111ACAULAY.
Estado, y tenemos que anda1· ?nuy prec1110idos si alg1ma t1ez
volvemos
á
llace1·lo. En una ocasión liemos s1tScrito 'Una soli–
citud inofensiva
é
inocente. La
Jnsentamos de la manera
más respetuosa,
y
nos encont1'111mos
c.onq1te llabía;nios cometido
Wt
gra?t C1imen, y sólo 2J01'
la
mise1ic01·diosa 2J1'0lección de
Dios nos liemos salvado de completa 1·uina;
y
el p1incipio en
que se fwndaJ;an el Fiscal
y
el Solicitoi· de V. M. era q1te
fuera del Pa1·lamento .é2·amos nosoti·os meros pM·ticulans,
y
q1te ei·a vresunción criminal en los lJM'ticula?·es mezclarse en
política. De tal modo nos atacaron que, por mi pa?·te, 1ne con–
sideré peNJ,ido.-G1·acias, Milord de Caitlerbui·y,
dij o el
Rey;
yo espei·aba que no os consideraseis perdidos poi· lla)Jer
caído en mis manos.»
Tales frases hubieran sentado bien
en boca de un
oberano bondadoso, pero contrasta–
ban extrañamente en un Príncipe que había hecho
quemar á una mujer por haber dado a il o
á
uno de
sus enemigos, en un Príncipe cuya
rodilla había
abrazado en vano su propio sobrino implorando mer–
ced. El Arzobispo no se dejó vencer por tal re puesta.
Y así, continuó hablando del mismo a unto,
y
refirió
los insulto que las hechuras de la orte habían infe-
1·idf>
á
la Iglesia anglicana, entre los cuales ocupaba
lugar principal el ridículo de que se había cubierto su
propio estilo. El Rey sólo tuvo que decir que no es–
t aba en uso recordar pasados daños y que creía que
estas cosas se hubiesen ya dado por completo al olvi–
do. Quien nunca olvidó la más leve injuria que se le
hubiera hecho, no podía comprender que otros recor–
dasen, durante algunas semanas, la injurias más
te–
rribles, inferidas por
él.
Al fin la conyer ación volvió de nuevo al punto de
que se había apartado. El Rey insistió en que los
Obispos redactasen un documento declarando que
hablan visto con horror la empre a del Príncipe. Ellos,
en medio de muchas protestas de la más sumisa leal-