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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.

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tad, se negaron oqstinadamente. El Príncipe, decian,

·aseguraba haber sido invitado por Lores temporales y

espirituales. La imputación era común. ¿Por qué no

había de serlo también la vindicación?

«Ya lo entiendo ,

dijo el Rey.

Algunos de los L01·es temvo1·ales kan estado

con vosotros

y

os kan incitado

á

lleva1·me la co1itra e.n esto.»

Los Obispos declararon solemnemente que uo ora asi.

Pero parecería extraño, decían, que en una cuestión

que en cerraba tau graves consideraciones politicas y

militares se hiciera, eu absoluto, caso omiso de los

Lores y sólo

á

los Prelados se diese parte principal en

el asunto.

«Pero,

dijo Jacobo,

tal es mi deseo. Yo soy

vuesli'o Rey. A mí tvcajuzgar lo

q1te

es mejo1-. Sigomi ca–

mino y acudo

á

vosotros para que me ayudéis. »

Los Obispos

le aseguraron estar dispuestos

á

ayudarle en lo que

fuese de su incumbencia; como ministros cristianos,

con sus oraciones, y como Loros del Reino, con su

opinión en el Parlamento. Jacobo, que ni queria las

oraciones de herejes ni el consejo de Parlamentos,

r ecibió·un triste deseng·año. Después de un larg·o al–

tercado, ·dijo:

Hemos te1·minado; no os insta?'é más. Ya que

no queréis ayudanne, debo deja1·lo todo

á

mí mismo y

á

mis

JJ1·0ZJias wrmas»

(

1).

XLVI.

DISTURBIOS EN LONDRES.

Apenas habían salido los Obispos de la Cámara

Real, ll egó un correo, anunciando que el dia anterior

el Príncipe de Orange había desembarcado en Devon-

(1) Clnrke,

Vi da de Jacobo ll,

tom.

H,

210, Mem . orig.¡ Sprat.

Relación;

Citters, nov. 6 (16), 1688.