REVOLUCIÓN DE
JNGLATER.RA.
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no se aventuraban
a
oponerse al sentimiento general.
porque en aquel1a gran ciudad apenas se encontraba
un comerciante rico que no tuviese algún pariente 6
amigo entre las víctimas. Peticiones autorizadas por
numerosas y respetables firmas fueron presentadas
á
los burgomaestres, implorándoles hacer alguna repre–
sentación enérgica al enviado francés, Avaux. Y aun
hubo algunos solicitantes que acudian á la Pasa Con–
sistorial,
y
puestos de rodillas , derramando lágrimas é
interrumpidos por los sollozos, describian la triste con–
dición á que ahora se veían reducidas las personas que
má amaban, y soli citaban la intercesión de los ma–
gistrados. En los púlpitos sólo se pronunciaban invec–
tivas y lament os . La imprenta daba
á
1uz desgarrado–
ra narraciones y exhortacion es políticas . Avau'x vió
toda la mag·nitud del peligro. Anunció á su Corte que
aun los bien intencionados-nombre que daba siem–
pre á los enemigos de la Casa de Orange-ó compar–
tían el sentimiento público ó no se atr.eví an
n
contra–
rrestarlo, é indicaba la conveniencia de hacer algunas
concesiones
á
los <;l.eseos de los Holandeses. Respon–
diéroule dura
y
friamente de Versall es. A al gunas
famili as holandesas que no se habían naturalizado en
Francia ya se les permitia volv r
á
su país, pero
á
los
Holandeses que habían obten ido carta de
naturale~a,
Luis XIV se negaba
á
conceder la más leve indulgen–
cia. Ningún poder de la tierra, decía, tenía que·inter–
venir entre él y sus súbditos. Aquellas personas ha–
bían querido ser súbditos suyos, y ningún Estado ve–
cino tenía que entrometerse en la manera como él los
tratase. Los magistrados de Amsterdam se resintie–
ron , como era natural, de la desdeñosa ingratitud del
hombre poderoso á quien con entusiasmo y sin
esc.rú·
pulo habian servido, yendo contra la opinión g
eneral
de sus propios compatriotas. Pronto se siguió otra
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