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REVOLUCIÓN DE

JNGLATER.RA

.

209

no se aventuraban

a

oponerse al sentimiento general.

porque en aquel1a gran ciudad apenas se encontraba

un comerciante rico que no tuviese algún pariente 6

amigo entre las víctimas. Peticiones autorizadas por

numerosas y respetables firmas fueron presentadas

á

los burgomaestres, implorándoles hacer alguna repre–

sentación enérgica al enviado francés, Avaux. Y aun

hubo algunos solicitantes que acudian á la Pasa Con–

sistorial,

y

puestos de rodillas , derramando lágrimas é

interrumpidos por los sollozos, describian la triste con–

dición á que ahora se veían reducidas las personas que

má amaban, y soli citaban la intercesión de los ma–

gistrados. En los púlpitos sólo se pronunciaban invec–

tivas y lament os . La imprenta daba

á

1uz desgarrado–

ra narraciones y exhortacion es políticas . Avau'x vió

toda la mag·nitud del peligro. Anunció á su Corte que

aun los bien intencionados-nombre que daba siem–

pre á los enemigos de la Casa de Orange-ó compar–

tían el sentimiento público ó no se atr.eví an

n

contra–

rrestarlo, é indicaba la conveniencia de hacer algunas

concesiones

á

los <;l.eseos de los Holandeses. Respon–

diéroule dura

y

friamente de Versall es. A al gunas

famili as holandesas que no se habían naturalizado en

Francia ya se les permitia volv r

á

su país, pero

á

los

Holandeses que habían obten ido carta de

naturale~a,

Luis XIV se negaba

á

conceder la más leve indulgen–

cia. Ningún poder de la tierra, decía, tenía que·inter–

venir entre él y sus súbditos. Aquellas personas ha–

bían querido ser súbditos suyos, y ningún Estado ve–

cino tenía que entrometerse en la manera como él los

tratase. Los magistrados de Amsterdam se resintie–

ron , como era natural, de la desdeñosa ingratitud del

hombre poderoso á quien con entusiasmo y sin

esc.rú

·

pulo habian servido, yendo contra la opinión g

enera

l

de sus propios compatriotas. Pronto se siguió otra

TOMO IV.

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