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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.

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entimientos de Inocencio, en este punto, fueron cual

convenía al sacerdote

y

al príncipe. Declaró que no

recibiría ningún Embajador, que insistiese en la con–

servación de un derech9 tan contrari o al orden

y

á la

moralidad. Excitó al principio tal medida muchas

murmuraciones, pero era tan eviden te la justicia de

.su resolución que todoa los Gobiernos accedieron

sin tardanza,

á.

excepción de uno solo. El Emperador

de Alemania, que ocupaba rango superior entre los

Monarcas cristianos; la Corte de España, distinguida

de todas las Cc rtes por su susceptibilidad

y

pertina–

cia en punto

á

etiqueta, renunciaron al odioso privi–

legio. Sólo Luis XIV no quiso transigir.

1

ada tenia

que ver, dijo, con lo que hicieran otros soberanos;

y

así mandó una embajada

á

Homa escoltada por nu–

merosas fuerzas de caballería é infantería. El Embaja–

dor se dirig·ió

á

su palacio

á

la

manera q

ue un Gene–

ral marcha en triunfo por una ciuQ.ad conquistada..

La casa fué custodiada por fuerte guardia

y

en los

límites del distrito privilegiado, día

y

noche paseaban

los centinelas como en los muros de una fortaleza.

El Papa continuó inflexible.

«Oonjian,

exclamó,

en ca–

rros

'!!

caballos. pero 1iosotros 1·ecordaremos

el

nomb1·e

del

Sefio1-, nuestro Dios.»

Acudíó vigorosamente

á

sus armas

.espirituales,

y

puso en entredicho la región guarnecí–

. da por los Franceses (1 ).

Hallába e esta disputa en todn su apogeo cuando

.surgió otra, en la cual el Cuerpo germánico tenia tan

gran interés como el mi smo Papa.

(1) El profesor Von Ranke,

Die Romischen f'apste,

lib. vm;

Burnet, r, '759.