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LORD MACAULAY.
XVI.
LILLIBULLERO.
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se manifestó entonces el sentimiento público
con aquellas se.ñales á que ya estamos acostumbra–
dos, grandes reuniOJ.leS y vehementes discursos. Sin
embarg·o, no le faltó medio de manifestarse. Tomás
Wharton, que en el último Parlamento había repre–
sentado 'el Condado de Buckingbarn, el cual era ya
famoso entre los libertinos y los whigs', había esqrito
una balada satirizando la administración de Tyrcon–
nel. En este pequeño poema, un irlandés felicita, en
bárbara jerga, á un compatriota suyo con motivo del
próximo h'iunfo del catolicismo
y
dela razaMilesia. El
heredero protestante será excluido de la Corona. Los
oficiales protestantes serán expnlsados. .La Mag·na
Carta
y
los necios que la invocan serán colg·ados de
una cuerda. El buen Talbot hará llover mandos mili–
tares entre sus paisanos y cortará el
cuel~o
á
los In–
g·leses. Estos versos, que en nada se disting·uían de la
ordinaria poesía callejera, tenían por estribillo algu–
nas sílabas incoherentes, que se decía habían servido
de santo
y
seña
á
los insurgentes de Ulster, en 1641.
que Churchill hizo que el tribunal sentenciase á muertl!'á los seis
oficiales.
o se
encllen~ra
esta anécdota entre los papeles del Rey,
por lo cual yo la coloco entre las mil ftccione3 inventadas en
Saint-Germnin
á
fi n de ennegrecer aún roas un carácter bastante
negro de suyo, sin necesidad de tales invenciones. Es muy proha–
l>le que en esta ocasión se haya fingido Churchill muy indignado
para mejor ocultar la Lraición que meditaba¡ pero es imposible
creer que hombre de tau buen sentido llegase á exigir de loa
individuos de un consejo de guerra, la imposición de un castigo
que, como º\\die ignoraba, no caia bajo su competencia.