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LORD !'11ACAULAY.

pirarían los conquistadores extranjeros, y muchos

qu~

haf?ta aquí habían mirado el poder de Francia con

terror y odio, dirían que de llevar yug·o extranjero,

mayor ignominia era someterse

á

Holanda que so–

meterse

á

Francia.

Estas consideraciones hubieran bastado

á

inquietar

á

Guillermo, aun en el caso de tener, por completo,

á

su disposición, todos los recursos militares de las Pro–

.vincias Unidas.

P~ro

¡a verdad es que parecía muy

dudoso que pudiese obtener la ayuda de un solo ba–

tallón . De todas las dificultades con que tenía que

luchar, la mayor, aunque la menos mencionada por

los historiadores ingleses, consistía en la constitución

de la República Bátava. Ning·una gran sociedad ha

vivido nunca durante largos años bajo una cnnsti–

tución tan absui·da. Los Estados Generales no po–

dían hacer la guerra ó la paz, ni concluir alianzas,

ni levar impuestos sin el consentimiento de los Esta-

,dos de cada provincia. Los Estados de una PNVincia

no podían dar tal consentimiento sin contar,

á

su vez,

con el de todos los municipios que tenían parte en la

representación provincial. Cada municipio ,era, en

cierto modo, un Estado soberano, y como tal, tenía

derecho á tratar directamente con los Embajadores

extranjeros

y

á

concertar con ellos los medios de des–

truir los planes

y

combinaciones de los otros munici–

pios. En algunas ciudades el partido que durante

varias g·eneraciones había mirado con envidia la in–

fiuencia de los Estatuders, tenía gran poder.

Á

la ca–

beza de este partido estaban los magistrados de la

noble ciudad de Amsterdam, que entonces se hallaba

en el apogeo de la prosperidad. Desde la paz de Ni–

mega habían mantenido amistosa correspondencia

con Luis

XIV,

para lo cual servía de intermediario el

inteligente y activo enviado francés, ·el Conde de