REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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d e obtener solamente la ayuda de un ejército de
fuera que bastase
á
dar seguridad
á
los que se levan–
tasen en armas, contra el pelig ro de ser dispersados
y
muertos antes de poder e organizar militarmente.
i S. A. qui iera presentarse en la Isla
á
la cabeza de
algunas tropas, miles de partidarios se apresurarían
á
seguir su estandarte. Pronto se encontraría al frente
de un ejército cuyo número excedería, con mucho,
á
todas las tropas regulares de Ing·laterra.,
y
aun
aquel mismo ejército regular no debía in pirar entera
·confianza al Gobierno. Los ofi ciales estaban descon–
t entos, y los soldados compartían aquella aversión al
papismo que era general en la
la e popular
á
que
pertenecían. Mayor era aún en la armada el afecto
á
la religión protestante. Importaba, pues, dar un
golpe decisivo mientras las cosas se hallaban en tal
estado. La empresa sería mucl1 0 más ardua si se
difc-
1·ía ha ta que el Rey, reorgaaizanuo diskitos
y
regi–
m ientos , se hubiera procurado un Parlamento
y
un
ejército en los cuales pudiera con fiar. Los conspira ·
<lores sttplicaban, pues, al Príncipe que viniese
á
In–
glaterra lo más antes posible. Empeñaban su honor
en fe de que se le unirían,
y
tratarían de asegurar la
cooperación de todas aquellas personas
á
quienes siu
ri esgo se pudiera confiar tau importante y peligroso
secreto. En un punto, sin embargo, creían que su de–
ber les imponía mostrarse quejosos de S. A., quien
l'lin tener en cuenta la opinión que la gran mayoría
del pueblo inglés había fo rmado res pecto al alumbra–
miento de la Reina, había, por el con trario, enviado
felicitaciones
á
Whitehall, parecie:cdo así reconocer
al infante
á
quien llamaban Príncipe de Gales, como
heredero legítimo del t-rono. Esto había sido un grave
error, y babia·enfriado el celo de muchos partidarios
del. Príncipe. Entre · mil.personas- no se encontraría