REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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De pués
d'B
Halifax dióse parte del asunto
á
Danby,
y
esta vez el éxito fué mucho mejor. En efecto, para
su atrevido
y
activo espíritu, el peligro y Ja ex–
citación, que eran insoportables
á
Ja inteligencia
más delicada de. Halifax , tenían singular encanto.
Leíase en los rostros de ambos estadistas la diferen–
cia de sus caracteres. La frente, la mirada y la boca
de Halifax indicaban entendimiento poderoso y ex–
quisita percepc'.ión de lo ridí culo; pero la expres ión
gen eral del semhiante indicaba al escéptico, al hom–
bre aficionado á las comodidades, el! emigo de aven–
turarlo todo á un s.imple azar, ó de ser márti r de nin–
guna causa. A los que conocen su rostro, no causará
admirac"ión que su escritor predilecto fuese Mon–
taig ne (1).
Danby era un esqueleto,
y
su faz rugosa
y
dema–
crada, aunque hermosa y LJoble, expresaba fuerte–
mente así Ja perspicacia de su talento como la in–
quietud de su ambición. Habíase levantado una vez
desde la oscuridad á Ja cumbre del poder, para caer
nuevamente d tan alto puesto. Su vida había estado
en pelig;ro . Habí a visto pasar años enteros en la pri –
sión . Ahora estaba libre, pero esto no le contentaba;
deseaba ser otra vez grande. Por su adhesión á la Ig·le ·
sía anglicana y su hostilidad al ascendiel'.lte de Fran–
cia, no podía esperar ser g rande en una corte, ho:·mi–
guero de jesuitas, obsequiosa siempre con Ja casa de
Borbón. Pero si tomaba parte principal en una revolu–
ción que tendi ese á confundir todos los planes de los
papistas, que pusiera término al larg·o vasall aje de I n ·
g laterra,
y
que hiciese pasar el poder real á una pa-
0) Respecto á Montaigne, véase la carLn de Halifox á Cotton.
Se me figura que el bus
Lo
de Ha lifax, existente en In abadía de
\Vest mi uster , esta más parecido que lns demás pinturas y graba–
dos que be visto .