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LORD MACAULAY.
que continuaban declarando ilegal toda resistencia
al Soberano, estaban resueltos, caso de declararse la
guerra civil, á permanecer neutrales. No halJía pro–
vocación bastante poderosa á hacerles repelarse; pero
si la rebelión estallaba, no parece que estuvieran dis–
puestos á pelear por Jacobo II, como lo habían hecho
por Carlos
I.
San Pablo había prohibido á los cristia–
nos de Roma resistir al Gobierno de
ierón; pero no
es de crer que si el Apóstol
hubie~·a
vivido cuando las
legiones
y
el Senado se levantaron contra el mal–
vado Emperador, hubiese mandado á sus hermanos
correrá las armas para sostener la tir&nía. El deber
de la Iglesia perseguida era bien claro: debía sufrir
pacientemente
y
dejar su causa en manos· de Dios.
Pero si Dios, cuya providencia hace salir siempre
el bien del mal, hubiera querido, com_o tantas ve–
ces, reparar sus ofensas valiéndose de hombres
CU·
yas irritadas pasiones no se dejaran amansar por sus
máximas, debla aceptar, llena de ag·radccim.iento, la
liberación que sus principios no le permitían adqui–
rir por si misma. Así, pues, la mayoría de aquellos
toríes que aun reprobaban con sinceridad todo pensa–
miento de atacar al Gobierno, uo estaban, sin embar–
go, en modo alguno, dispuestos á defenderlo , y tal
vez al mismo ti empo que hacían gala de sus escrú–
pulos, se regocijaban secretamente de que no todos
fuesen tan escrupulosos como ellos.
Los wbigs conocieron que había llegado su turno.
Desde hacía ¡;eis ó siete año , el saber si debían ó-no
sacar la espada contra el Gobiérno había 3ido á sus
ojos mera cuestión de prudencia,
y
la prudencia
mis–
ma les aconsejaba ahora dar un g·olpe atrevido.