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LORD MACAULAY.
tanto como decir que todo el mundo podía rebelarse
siempre que lo juzgase conveniente;-y una sociedad
en que todos pudieran
rebe~ arse
cuando bien les pa–
reciera sería más desdichada que Ja sociedad regida.
por el más cruel y licencioso d'éspota. Era, por tanto,
necesario mantener en toda su integridad el gran
principio que condenaba la 1·esistencia. Podían indu–
dablei'nente citarse easos particulares en que la re-·
sistencia fuese un l;>eneficio para la comunidad, pero
en general, era mej or que el pueblo sufriese pacien–
temente un mal g·obierno, que no que buscase reme–
dio á sus males, violando una ley de la cual dependía
la seguridad de todos los gobiernos'.
Tal raz0namiento podía convencer fácilmente
á
un partido dominante y próspero , pero no podía
resistir el examen de iuteligencias fuertemente ex–
citadas por la injusticia é ingratitud del Rey . Cierto·
que es imposible trazar con exactitud el limite que.
separa la resistencia legal de la injusti¡.; pero esta·
imposibilidad emana de la naturaleza de lo justo y de
lo injusto.y se encuentra casi en todas las ramas de
las ciencias morales. Una buena acción po se distin–
gue de una mala, por señales tan evidentes como las
que disting·uen un exágo11o de un cuadrado. Hay una
frontera donde la virtud y el vicio se confunden mu–
tuamente. ¿,Quién ha podido nun ca definir con exac–
titud el limite que separa el valor de la
temeridad~
la prudencia de la cobardía, la frugalidad de la ava–
ricia, la liberalidad de la prodig·alidad? ¿Quién ha
podido nunca decir hasta dónde debe llegar la cle–
mencia con los criminales,
y
cuándo
ces~
de merecer–
el nombre de clemencia para convertirse en debilidad
perniciosa? ;,Qué casuista, qué legislador ha podido
establecer con fij eza los límites del derecho de propia ·
defensa? Todos nuestros jurisconsultos sostienen que