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LORD MACAULAY.
tan convincente. La parte moral de la Escritura no
debía comentarse como las leyes del Parlamento 6
los tratados de ca ulstica de los doctores. ¿_Qué cris–
tiano presentaba en realidad )a mejilla izquierda al
malaudrín que le había abofeteado la derecha'? ¿Qué
cristiano daba, en realidad, Ja capa á los ladrones que
le habían despojado del vestido'{ Lo mismo en el an–
tiguo que en el
n~evo
Testamento, se establ ecían
siempre reglas generales sin acompañarlas de ningu–
na excepción. Y así, había un precepto que ordenaba
en general no matar, en el cual no se bacía ning·una.
reserva en favor del guerrero que mata en defen a
. de su Rey
y
de su patria. Habla tarobién un precepto
general donde se prohibi a el juramento, sin acompa··
ñarlo de ning·una reserva en favor d l t stigo que
jura decir verdad ante el juez. Y si n embargo , Ja le–
galidad de la g uerra defensiva
y
del juramento judi–
cial, era discutida tan sólo por aig·unos o euros sec–
tarios. mientras se afirmaba positivame11'te en los ar–
ticulo de la Ig·Jesia an g·Ucana.
uantos arg·umento
demo traban que el cuákero que
e negaba al servi–
cio de las armas ó á besar los Evangel io ,' era inacio–
nal y perver o, podían volverse co ntra Jos que nega–
ban
á
los súbditos el derecho de re istir con la fu erza
la extremada tiranía. Si
e al gaba que los textos
que, en absoluto, prohibían el homicidio
y
el jura–
mento, debían interpretarse con sujeción á aquel
gTan principio por el cual todo hombre e tá obli–
g·ado
á
procurar el bien de su prójimo,
y
que si a.l
iuterpretarlos de este modo se encontraba que no
tonian aplicación á aquellos ca os en que el ho–
micidio 6 el juramento pudieran
er absolutamente
n ecesarios
á
la protección de los más caros intere–
ses de la sociedad; no era fácil neg·ar que lo
textos
que prohibían Ja resistencia debieran ser interpre-