,~EVOLUCIÓN
DE INGJ,A'rERRA.
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La persecución de los Obispos
y
el nacimiento del
Príncipe de Gales habían producido una gran revolu–
ción eu los sentimientos ele muchos tories. En el mis–
mo momento que su Igl e ia sufría el último exceso
de vejación
é
insulto, veíanse obligados á renunciará
la esperanza de. pacífica lib ración. Hasta aqní se ha–
bían lisonjeado ele que la prueba á que
~ u
lealtad es–
taba suj eta, aunque severa, sólo ería temporal, y que
en breve obtendrían reparació n á
us ofensas, sin
violar la regla ordinaria de sucesión . Bien diferente
·era la perspectiva que tenían ahora ante sus ojos. En
cuanto podía alcanzar su previsión, sólo vei::.n un
gobierno semej ante al de los últimos tres años,
y
cuy a
duraci ón serí a de si g loti e nteros. La cuna del pre–
sunto heredero d
Ja Corona estaba rodeada de je–
suitas, Jos cual es estudiadamente dcstil arian en su
mente infantil, odio mortal contra aquella Iglesia
cuyo jefe debía ser un día; y este sentimiento sería
el principio capitii l de su vida, y á u muert sería.
trasmitido por él
á.
·SU
posteri darl. Esta seri e de cala –
midades no tP.nia fin. Duraría más
qu~
la vida de la
generación más j óven , extenderlase más all á del si–
glo xvm. Nadi e podia decir cu ántas ge uerac_ion es de
protestantes ing leses tendrían que sufrir opresión tal'
que aun al juzg arla de corta duraci ón, babia parecido
casi insoportabl e.
¿
1
o hnbla, pues, remedio'? Un reme–
dio quedaba, pronto, radi cal y decis ivo, remedio que
los wbigs habían estado siempre prontos á emplear,
pero que en todos los casos hablan mi rado los to!'íes
como iiegal.
Los mas ilustres doctores ang·licanos de aquella
época h abían sostenido que ni Ja infracción de la
ley ó de los contratos, n i los mayores excesos de
crueldad, rapacidr.d ó li cencia, cometidos por un r ey
legitimo, podí an justificar en·su pueblo la res istencia
TOMO IV.
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