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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.

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g uido con mucha atención todos los testimonios

y

<liscursos de ambas partes, tomando nota cuidadosa–

mente, se brindó á discutir la cuestión con Arnold,

,

·el cual no quiso, pretex tando astutamente no estar

acostumbrado á discutir

y razonar. Su

conciencia no

·.estaba satisfecha de la

inculpabilid.ad

de los Obispos

y

no los absolvería.

«Si á eso vamos,

dijo Austin,

no

.tenéis mas.que fljai·os en mí. Yo soy el mayo1·

y

más fuerte

de los doce; pues bim, consiento en permar¿ece1· aquí hasta

q1teda1·me tan delgado como una pipa de juma1·, antes de juz–

ga1· libelo esta petición.»

A las seis de la mañana, aun

Arnold no había cedido. Pronto se supo que por fin

el Jurado se h

abía p

uesto de acuerdo; pero todavía se

ignoraba cuál

fuP.se

el veredicto (1).

A las diez el

Tribu

nal se reunió de nuevo. La con–

-curl'fmcia era aún mayor que la víspera. Los jurados

ocuparon sus asientos, y en toda la sala reinó el más

profundo silencio .

L .

EL VEREDICTO.- ALEGRÍA DEL PUEBLO .

Entonces sir Samuel Astry, dirigiéndose á los acu–

sados, dijo:

«¿Soii en m1est1·a opinión los acusados, todos ó

alguno de ellos, reos

ó

inocentes, del desacato de que se tes

aC'l¡,sa?- Inocentes,»

contestó sir Roger Langley. No

bien salieron de sus labios estas palabras, Halifax se

levantó

y

agitó el sombrero. A esta señal, una in–

mensa aclamación salió de bancos Y.galerías. En un

momento diez mil personas que·llenaban la g ran sala

(1) 'Johustoue, julio 2, 16