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LORD MACAULAY.
bien su propósito, que el Rey aplazó hasta otro año la-.
ejecución del plan de Tyrconnel. Pero la timidez
y
los
escrúpulos del Ministro habían engendrado disgustos
y
sospechas en el ánimo del Monarca (1). Era llegad<>
el ella del castigo. Hallábase ahora underland en la
misma situación que su rival Rochester algunos me–
ses antes. Ambos estadistas,
á
su vez, pudieron expe–
rimentar lo efímero que es coger el poder con mano
débil,
y
verlo deslizarse poco á poco de entre sus ma–
nos; ambos vieron sus consejos rechazados con des–
dén; ambos sufrieron la mortificación de leer el des–
agrado y desconfianza en el rostro y continente de
su amo,
y,
sin embargo, ambo
ran respon ables.
ante u paí , de aquello crímenes
y
errore de que en
vano habían tratado de disuadirle. Mientras él ospe–
chaba que el único afán de sus Ministros era ganar
popularidad
á
expensas de su autoridad y decoro, la
voz pública les acu aba do que su único afán era.
granjearse el favor Real
á
expensas do su propio ho–
nor y del bien del país. A pesar de esto,
y
á
de~pech<>
de todas las mortificaciones y humillaciones, ambos
se agarraron al poder como el náufrago se. agarra
á
la tabla salvadora; ambos intentaron tener propicio
al Rey, mostrándose deseosos de
reconciliar~e
con su
Iglesia. pero había un punto donde Rochester estaba
resuelto á d tenerse. Llegó hasta el umbral de la
aposta ía, pero de
allí
no pasó; y el mundo, en consi–
deración á la firmeza Con que Se n gó
á
dar el últim<>
paso, le concedió amplia amnistía por todas sus com–
placencias anteriores. Sunderland, menos e crupulo–
so
y
m~nos
sensible á la vergüenia, resolvió expiar
(1) Le narración de Sunderland . no merece, naturalmente, en
tero crédito; pero él invocaba el testimonio ele Oodolphiu para h>
.sucedido respecto
á
la ley irlandesa del
ettlement.