REVOLUCIÓN DE INGI,ATERRA.
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ado preparar,
y
solicitó que se autorizase
á
los de
fensores á sostener la causa de los acusados. El abo–
gado de los acusados objetó, por su parte, que los
Obispos habían sido presos ilegalmente, y por tanto
era contrario
á
la ley hacerles comparecer ante el
Tribunal. Discutióse largamente si un Lord estaba
oblig·ado
á
su cribir una obligación de comparecer
ante el Tribunal por sólo la acusación de libelista, de–
·cidiendo la mayoría de los jueces en favor de la Co -
rona. Los prisioneros entonces trataron de negar la
acusación. Fijóse el 29 de junio, precisamente á las
dos semanas de aquel día, para la vista de la causa.
Entretanto se les permitió salir, obligándose
á
com–
parecer aquel día ante el Tribunal. Los abogados de
la Corona tuvieron la discreción de no exigi rles flan–
.za, porque Halifax había dispuesto que veintiún Lores
temporal es de los más considerados e tuviesen prou–
tos
á
responder por los Obispos, presentándose tres
por cada uno, y tal manifestación de los
sentimiento~
de la nobleza hubiera sido un golpe terrible para el
Gobierno.
abíase también que uno de lo más opu–
lentos comerciantes de la City había solicitado el ho–
nor de salir de fianza por Ken .
Permitióse, pues, á los Obispos retirarse
á
sus casas.
El pueblo llano, que
DO
Comprendía la naturaleza del
procedimiento legal llevado
á
cabo en el Banco del
Rey, y que vió que sus fa oritos babi:Ln venido cus–
todiados
á
Westminster Hall
y
que ahora se les de–
jaba ir en libertad, imagin aron que esto era &eñal del
triunfo de la buena ca1,1sa. Oyéronse entusiastas acla–
maciones , tocaban las campanas en señal de regoci –
jo, y Sprat 11scuclló con sorpresa el alegre repique de
las ·campanas de su Abadía, mandando que cesasen
inmediatamente, si bien esta orden causó murmu–
llos de desagrado. Los Obispos lograron con diticul-