REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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aun es más, decían con el mayor desc
aro que ancroft
babia provocado al Rey para que lo envia.se
á
la To–
rre, á fin de que faltase el único testimonio que debía
confundir las calumnias de los ·descontentos
(1).
Vese
palpablemente lo absurdo de tales acusaciones. ·.Cómo
podíañ prever Ana ó ancroft quP, los cálculos de la
Reina habían de salir erróneo , nada monos que en un
mes? Si aquellos cálculos hubieran sido exactos, Ana
habría regresado de Bath, y ancroft hubiera estado
fuera de la Torre con tiempo de sobra para asistir al
alumbramiento. De todos modos, los tíos maternos de
las hijas del Rey no estaban fuera de Londres ni en–
cerrados en una prisión. El mismo mensajero, que
avü;;ó á toda la banda de renegados, Dover, Peterbo–
rough, Murray, Sunderland y Mulghtve, hubiera po–
dido con igual facilidad haber avisado á Olarendon,
pues, como los otros, era consejero privado, y su
casa, situada en Jermym Street, no distaba doscien–
tas varas de Ja cámara de Ja Reina. Y, sin embargo,
no supo nada de lo que pa aba basta que la agitación•
y cuchicheos de los fieles le
auun~iaron,
en la iglesia
de Saint .James, que su sobrina no era ya presunta he-·
redera de Ja Corona (2). ¡,Era causa de exclusión ser el
más próximo pariente de las Princesas de Orange y
Dinamarca'l
1.0
no se le
lla~ó
por su inalterable adhe–
sión á la Iglesia anglicana?
La voz general de toda la nación era que se había:
cometido una impostura. Los católicos por espaci0>
de algÚnos m<:.scs habíap estado anunciando desde e1
púlpito y por medio de la prensa, en prosa y verso,
en inglés
y
en latín, que Dios concedería un Príncipe
de Gales, accediendo á las oraciones de la Ig1esia,
y
(1) Clarke,
Vida de Jacobo ll,
11,
159, 160.
(2) Clarendon,
Diario,
junio 10, 1688.