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LORD MACAULAY.
estaban ante el Consejo. Grande era la pública ansie–
dad. Una inmensa multitud llenaba los patios de
Wbiteball y todas las calles vecinas. Mucha gente
acostumbraba á solazarse al anochecer, en los dfas de
verano, respirando el aire fresco del Támesis. Pero
aquella tarde todo el río estaba cubierto de esquifes.
Cuando los siete Obispos aparecieron en medio de la
guardia, el sentimi el).to del pueblo no pudo conte–
nerse por más tiempo. Mil es de personas se arrodilla –
ron, y oraban en alta voz por los hombres que, con e1
cristiano valor de R.idley
y
Latimers, habían resistido
á
un tirano cuyo fanatismo competía con el de María.
Otros entraban en el río,
y
con el ag·ua y el fango
hasta la cintura, imploraban la bendición de los san–
tos Padres. En todo el río , desde Whitehall basta el
Puente de Londres, la falúa real pasó
por
entre una
doble fila de botes, de los que continuamente salía el
g rito: ¡Dios bendiga á vuestras señorías! . El Rey,
lleno de alarma, mandó reforzar la g uarnición de la
Torre, que los guardias estuvieran sobre las armas
y
que de todos los regimientos del reino se d,estacasen
dos compañias, enviándolas en seguida á Londres_
Pero la fuerza en que confiaba para tener sujeto.
al pueblo, participaba amplia¡¡iente de todos los sen–
timientos populares. Los mismos centinelas que da–
b1:m guardia en la Puerta de los Traidores, pidieron
reverentemente la bendición á los mártires
á
quiene
iban á custodiar. Era gobernador de la Torre sir–
Eduardo Hales, el cual no parecía muy inclinado á
tratar á sus prisioneros con blandura, pues había
apostatado de la Iglesia en cuya defensa ellos sufrían ..
y
disfrutaba de varios empleos lucrativos por virtud
de aquella prerrogativa de dispensa contra la cual.
ellos habían. protestado. Supo con indignación que
sús soldados estaban bebiendo
á
la salud de lo, ·