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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.

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l;3

nq queria mostrarse severo con hombres que, mal in–

formados sin duday excesivamente escrupulosos, ce–

diendo á la voz de la conciencia se habían apartado

del cumplimiento de sus órdenes, y que, por tanto ,

castigaría á los delincuentes con el tormento de sus

propias reflexiones, siempre que recordasen con cal–

ma y comparasen con serenidad de juicio, sus actos

recientes con las doctrinas de lealtad de qué tanto

habían blasonado.

"o sólo Powis y Bellasy e, que

siempre se había mostrado partidario de la tem -

planza, pero hasta Dover y Arundell, eran favora–

bles á la proposición . Jeffreys, por otra parte, man–

tenía que sería deshonroso para el Gobierno, dejar

que tran sgresdtes como los siete Obispos escapasen

sin más que una mera reprimenda. Sin embargo,'

no deseaba que los citasen ante la Comisión eclesiás –

tica, en la cual tenía asiento como presidente, ó por

mejor decir, como único juez. Porque el aborreci–

miento públi90 que pesaba sobre él era ya excesivo

aun para su impúdica frente y endurecido corazón ,

y

le asustaba la responsabilidad que caería sobre él se

pronunciaba sentencia _ilegal contra los jefes de la

Iglesia anglicana y los favoritos de Ja nación.

XLII.

LOS OBISPOS PERSEGUIDOS POR LIBELISTAS.

Recomendó, pues, que se instruyese información

criminal, resolviéndose llevar al Arzobispo y á los

otros seis peticionarios ante el Tribunal del Banco del

Rey, acusándoles de la publicación cie un libelo se–

dicioso. Era casi imposible dudar de que fuesen con-

TOMO IV.

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