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LORD MA AULAY .
aún podía OCU1'f'Í'J·seme el se1· acusado poi· alg1in delitO'
co11h·a mi Rey; pe1·0 ya que 11vi desgracia me coloca en ta[
sit1tación, V.
M.
1to
se of1J1ule1·á si l1ago vale1· los de1·echos–
que la ley me concede, omitiendo cuanto pudie1·a pe1·judica1·-–
me.-Todo 6Sto es
pm·~
sojist,e1·ía,
dijo el Rey.
Espero
que V11estra Gracia no l1a1·á acción tan fea como ?iega1· su
p1·opia eswitiwa.-Señ01.,
elijo Lloyd, que había estu–
diado detenidamente los casuistas,
todos los teólogos
cowviC1tC1i C1i qrte una persmta colocada en nuestra sit11ació1t
puede negarse á respmidei· á tal ¡n·egunta.»
El Rey, tan
corto de ntendimiento· como arrebatado de carácter,
no alcanzó á comprender lo que los Prelados querían
decir. Insistió,
y
claramente se veía que la cóléra se
iba apoderando de
él.
«Señor,
dijo el Arzobispo,
yo no
estoy obligadoá acusanne. Sin 1Jmba1'[Jo , si V. M. me 01·dena
positivamente ?'es¡Jonde·i., obedeceré,
fm
la confianza de q11e mi
P1·lncipe j"11sto ygeneroso no penniti·rá que lo que yo diga
e,i
obedie1icia
á
sus órdenes, sfrva de testimonio en cont1·a
mla.-No debéis capitulor con
vu~stro
Sobe1·ano,
dijo el
Cancill r.-No, añadió el Rey,
yo no da1ré semejante
01'–
den. Si negáis vuestra propia letra, nada más umgo que de- _
ci1·os.,,
Los Obispos fu eron enviados repetidas veces
á
la
antecámara
y
llamados nuevamente
á
la sala del
Consejo. Por fin Jacobo les ordenó contestar de )lna
manera categórica.
1
0
se comprometió expresamente
á
no emplear su confesión contra ellos. Pero los Obis–
pos, como era natural, suponían que después de lo
que había pasado, tal compromiso so comprendía im–
plicitamente en la orden . Sancroft reconoció su letra.
y
sus colegas siguieron su ej emplo. Interrogósele
entonces acerca del significado de algunas palabras
contenidas en la petición
y
sobre la carta que había
circulado, produciendo tan gran efecto, en todo el
reii¡io; pero en el lenguaje de
lo~
acusados reinó tal