REVOLUCIÓK DE l 'GLATERRA.
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doles que el clero anglicano había ganado inmensa–
mente en la estimación del público. La opinión uni ·
· versal entre los disidentes era, continuar antes sujetos
á las leyes penales, que separar su causa de la de los
Prelados (1).
Trascurrió otra semana llena de ansiedad y agita–
ción. Llegó de nuevo el domingo, y otra vez las igle–
sias de la capital se vieron invadidas de inmensa
multitud. La Declaración no se leyó en ninguna
;iglesia,
:í.
excepción de aquellas pocas donde se ha–
bía leído la semana anterior. El ministro que había
oficiado en la capilla de Saint James, fuera privado
de su empleo, y otro más obsequioso apareció con el
papel en la mano, pero era tal su agitación que
no pudo articular una palabra. Lo cierto es que el
sentimiento de toda la nación 'se manifestaba con tal
energía, que sólo el mejor y el más noble de todos los
hombres ó el peor y más vil se hubieran atrevido
á
contrarrestarlo y oponérsele con serenidad y valor (2) .·
XLI.
VACILACIONES DEL GOBIERNO.
Eor un momento al mismo Rey asustó la violencia
de la tempestad que
~abía
levantado. En tal apuro,
¿qué medida tomar'? No le quedaba·más que avanzar ó
retroceder, y era imposible avanzar sin peligro ó r e–
troceder sin humillación. Por un instante determinó
publicar
un~
segunda orden obligando al clero, en
(1) Cittérs, mayo 22 (junio 1), 1688.
(2) Citters, mayo 29 (junio 8), 1688.