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LORD i\lACAULAY.
produj o una breve carta, escrita con admirable lógica
y
estilo enérg ico. qu e se· imprimió secretamente
y
t uvo grau circulación aquel mismo día por medio
del correo
y
de los contluct0res ordi narios. Envióse
un ejemplar
á
todos los clérigos del reino. El auto r
de la composición no trataba de ocultar el peligro á
que se expoulan cuantos se Heg·asen
!\
obedecer el
mandato Heal, pero co11 gran ing·enio ponla de mani–
fi esto el peligro aú11 .mayor
á
que le
ex ponía la su–
mi. ión.
"Si leemos la Decla1·ación de indulgenci11-,
decía,
caei·emos 7;ara no le¡;antarnos más. Nuestra caída ?to inspí–
rnrá
lá~tima
y
sí deS)Jrecio. Caeremos en rnedio de las mal–
diciones de la naciórt, ai-ntin.ada JJ01· m1est1·a complacencia."
Creían alg·unos que e te documento vení a de Ho–
landa. Otros lo atribuían
á
Sherlock. Pero Prideaux ,
deán de
orwich, que fué el principal agente para
el repii rto, lo creía obra de Halifax.
La conducta de los Prelados mereció l&s más vehe–
mentes muestras de aprobación, á juzg·aqior la voz
general; pero no faltó tampoco quien murmurase.
Decíase que personas tan respetables,
i .
e creían en
conciencia obligados
á
combatir la política del Rey,
(lebieran ya haberlo hecho antes. ¿Era acaso leal dejar
al Rey en la incertidumbre , hasta treinta y seis horas
.antes del tiempo fijado para la lectura de la Declara–
ción, para que aun cuando deseara revocar el decre–
to, no tuviese tiempo de h&ccrlo? Parecía esto indicar
que la petición no babia tenido por objeto mudar la
rcsolur,ión del Monarca, sino tan sólo encender el des–
contento del pueblo
(1).
Estas qu jas carecían por
completo de fundamento. El Rey había dado
á
los
Obispos una orden nueva, extraordinaria, y cuyo
{;Umplimieilto presentaba grandes dificultades. Era
(1) , Clar:-e,
Yida de Jacobo
fI,
11,
155.